Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 11
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Juancho siempre había dicho que quería que su hijo se llamara José. Pero cuando se enteró de que José era el nombre del Loprete que teníamos sepultado en lo del Tano, corrió a la casa a pedirle a Ramona que le buscaran otro nombre. Tiene que ser José, decía Ramona, como el abuelo. Y Juancho buscando un modo de convencerla. Pero no hubo caso: bastaba que Ramona lo mirara con esos ojos de niña buena para que Juancho cediera a todos sus pedidos. Siempre había sido así, desde aquella Navidad, cuando se conocieron en lo del viejo Antonio. Al viejo le gustaba contar la historia: tenían nueve años los dos. Ya era tarde y la madre de Ramona quería irse. Pensó que su hija estaría dormida sobre algún colchón, ahí adentro, pero cuando fue a buscarla la encontró sentada en la cama de Pepa. Ya no tenía las trenzas ni los moños rojos que le había puesto. Juancho estaba a su lado y le miraba la cabellera crespa como si fuera la de una santa a la que se le llevan ofrendas porque hace milagros. Con una mano le acariciaba el pelo y con la otra la peinaba con un cariño que daba respeto.
El hijo de Juancho se llamó José.