Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 13
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Aquella noche, después de tomar la ginebra en lo del Tano, los hermanos de Loprete salieron del pueblo camino al norte. Pasaron frente a lo de Juancho cuando ya se iban.
Eso mismo cuenta el viejo Antonio. Dice que fue cuando nació José. Que estaban todos afuera porque el calor no aflojaba esa noche. Que Juancho había salido un momento con su bebé en brazos, solo para que lo vieran, y que se había vuelto a meter. Que enseguida se oyeron los cascos de los caballos acercándose y que entonces Juancho salió otra vez para afuera. Que salió justo cuando los caballos se les venían de frente. Y que fue ahí cuando la cara se le desfiguró y el pobre empezó a correr como si lo hubieran poseído mil demonios. Salió disparado, dice Antonio, levantando la tierra seca. Dejaba pura polvareda a su paso. Los jinetes salieron detrás. Lo agarraron y lo trajeron de vuelta. Temblaba como un envenenado y le caía saliva de la boca como si le sobrara el agua en el cuerpo. Así nos dijo Antonio.
Ese susto de Juancho los trajo de vuelta, unos días más tarde. Fueron directo a verlo. Y a Juancho se le escapó. Se me escapó, don Tano, perdóneme. Solo les dije eso, que tomó unas ginebras con nosotros, que buscaba a Pepa, y que siguió camino al norte. Le juro, don Tano, le juro que no les dije que lo matamos. Esto supimos de Juancho, esa mañana, cuando el Tano fue a verlo con la herida de la oreja todavía abierta.