Читать книгу Como si existiese el perdón - Mariana Travacio - Страница 8

Оглавление

2


Cuando le contamos que nuestra Pepa era una muchacha de carnes jóvenes, de ojos negros, hija del carpintero, Loprete soltó una carcajada rabiosa que todavía escuchábamos, de tanto en tanto, cuando nos agarraba el recuerdo.

El Tano quiso saber si la Pepa que andaba buscando era su esposa. ¿Pepa es su mujer?, le preguntó. Loprete terminó la segunda ginebra y le contestó como si se tratara de un asunto muy serio: nunca necesité mujer.

Empezó a hablarnos de sus campos. Grandes campos, decía, y lluvias que hacían crecer los pastos y la hierba. Todos lo mirábamos incrédulos, esa tarde, casi noche, cuando se tragaba la tercera ginebra. Tuvo que apoyar el vaso para toser con el cuerpo cuando el viento le trajo algo de polvo a los pulmones. No estaba acostumbrado a la tierra seca. Eso se notaba.

Es que allá llueve, nos decía, y la tierra queda agarrada al suelo. No hay viento que la levante. Todo abril y todo noviembre son de agua. Nosotros lo escuchábamos absortos, pretendiendo descubrir dónde era la tierra esa, tan generosa, que daba tanta hierba. La nuestra era mezquina, nunca daba mucho, ni cuando nos tocaban las pocas lluvias que teníamos.


Como si existiese el perdón

Подняться наверх