Читать книгу Psicopoética - Raúl Ernesto García - Страница 50

Quebranto

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Según el criterio de Joan-Carles Mèlich, la dimensión ética “es posible si la relación de alteridad no es simplemente una relación de diferencia, sino de deferencia con la palabra del otro. La ética es posible cuando el yo se convierte en responsable del otro. La palabra que es solícita con la palabra del otro, la palabra deferente, la palabra ética, es hospitalaria, acogedora, y es una palabra capaz de imaginar un futuro diferente al que ella había previsto en un principio”.83 Pues bien, yo entiendo que la relación que establece un diálogo psicopoético no asume como mandato dicha deferencia hacia la palabra del otro y, en todo caso, psicopoética no encaja plenamente con aquella perspectiva “ética”. Psicopoética emerge cuando el encuentro se libera (aunque nunca del todo) de los imperativos del reconocimiento y del cuidado del otro. La condición psicopoética implica, entonces, cierto desbordamiento, cierta extralimitación; rompe de alguna forma con el cuadro composicional de lo ético y promueve, por tanto, su des-composición. Psicopoética no pretende negar de ningún modo la posibilidad de la deferencia y su importancia social en la interlocución; no pretende tampoco avalar el desconocimiento, la ignorancia o, incluso, el desprecio por el otro en función de priorizar la invención y el quebranto creativo. Probablemente, la condición psicopoética implica deferencia hacia la palabra del otro, sí, pero no demasiada; porque lo poético como ruptura no podría quedar totalmente subsumido en el contexto regulador de lo ético.

Pero, en todo caso, en la línea de Hannah Arendt, Mèlich también afirma (y aquí estoy de acuerdo) que los seres humanos no vienen al mundo (tanto) para morir, sino para comenzar. Se habla y se actúa (se comienza) desde una tradición, pero sucede que “el ser humano no solo no está obligado a repetir la tradición, sino que la puede quebrantar”.84 Ya, por su parte, Arendt había señalado: “El lapso de vida del hombre en su carrera hacia la muerte llevaría inevitablemente a todo lo humano a la ruina y destrucción si no fuera por la facultad de interrumpirlo y comenzar algo nuevo, facultad que es inherente a la acción a manera de recordatorio siempre presente de que los hombres, aunque han de morir, no han nacido para eso sino para comenzar”.85 En este sentido, precisamente, el acontecimiento puede verse como el quebranto creativo de la tradición. Psicopoética comienza ya en una tradición dialógica determinada que sigue y reproduce inevitablemente, pero que, al unísono, también quebranta, porque reinventa formas de relación e inaugura mundos. Así, en psicopoética el mundo de la tradición, es decir, el de la conservación más o menos prescriptiva de fórmulas de interlocución y el mundo inusitado de formas que se abre en ese momento, es decir, el de la novedad y el acontecimiento, se requieren mutuamente; constituyen lo que el propio Mèlich designa como “hermanos enemigos”.86 El destino del encuentro como psicopoética no estará, pues, en predeterminaciones del pasado (como sugiere cierta ortodoxia psicoanalítica –infancia es destino–), pero tampoco en el futuro, por más que se diga que la vida siempre avance “hacia delante”; para mí, el destino de la psicopoética tiene lugar, indefectiblemente, en el instante.

Psicopoética

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