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Vivificación

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Como interlocución que actúa en contra de vectores discursivos y axiológicos dominantes, psicopoética deviene un diálogo que no es completado en su objeto, es decir que no se cierra sobre sí mismo. Se trata de un diálogo que, en el ejercicio posible de su libertad, se convierte en otra cosa; deja de ser lo que es (aunque nunca totalmente) e inaugura, digamos, una interlocución inusitada cuyo sentido más revelador, a mi juicio, no será su condición epistemológica o su vocación ética si existiese, sino su acontecer poético, es decir, las invenciones que promueva, los mundos que abra en un giro sublime, ridículo o terrible. Como ruptura del sistema-diálogo, psicopoética genera, entonces, contramundos, articula diversas fugas o variaciones del discurso; es decir, se convierte en un diálogo que no acepta veredictos o sentencias inapelables y que, por tanto, involucra desde sí mismo la potencia de su propio extrañamiento. Es por eso que psicopoética no es definible en el registro de las modalidades teórico-prácticas de la intervención psicológica: no se puede calcular con el rasero que evalúa tales formatos; pertenece a otros territorios. Psicopoética es, en este sentido, autónoma, específica e inalienable. Se trata de un diálogo vivo capaz de inaugurar alternativas de relación en la medida en que, al realizarse, se dispersa, muta, se repliega, transcodifica y traiciona la línea rectora que lo impulsaba para desdecirse, para romper ordenamientos y abrir nuevos campos existenciales de urdimbre política y poética. Un diálogo vivo que resiste la petrificación al evitar ser capturado en una función determinada o concentrarse en el cumplimiento de una u otra tarea u objetivo mediante una formulación más o menos solemne. Por eso la vivificación del diálogo (condición necesaria para el parto de nuevas realidades) solo es posible si tal encuentro dialógico estimula (paradójicamente) un desvivirse por algo, una intensificación más o menos consciente del conversar mediante la cual se articulen vínculos imprevisibles y emocionantes con el entorno material y social; esto significa una regeneración (en términos de corporeidad reactivada, cromatismo y musicalidad) de los plexos existenciales involucrados. Tales razones me han permitido sugerir antes la posibilidad de un dialogar que solo pervive descomponiéndose porque, si queda capturado en su composición prescriptiva tradicional (entiéndase, en su mandato primigenio, en su consigna nuclear), ese diálogo de cierta manera se petrifica, se cristaliza en sus funciones reproductivas, se ve imposibilitado de salir de sí mismo, vuelve siempre sobre sí mismo para definirse como diálogo-en-sí o diálogo-sujeción. Psicopoética, en cambio, en cuanto involucra un diálogo que se descompone, un diálogo-des-sujetado, se podría definir como un diálogo-para-sí, uno que dinamiza el potencial productivo y creador de los interlocutores.

Psicopoética podría definirse también como un diálogo-sin-promesa: un diálogo que en su realización desidealizada (o irrealización) no avala esa especie de promesa subterránea o ancestral de alcanzar una u otra trascendencia u objetivo. El interventor (por ejemplo, el psicoterapeuta o el psicoanalista) trabaja con la palabra y con el diálogo en aras de cumplir una promesa intrínseca o implícita en su ejercicio: la promesa precisamente de intervenir, de completar un proceso, de lograr un objetivo más o menos prefijado. Psicopoética, por el contrario, emerge para el incumplimiento. Se articula en una especie de antipromesa. Así, no solo se “conversa” más de lo que se “dialoga”, sino que parece promoverse un activismo a favor de las rupturas; activismo que, sin embargo, tampoco se convierte en línea rectora (o absoluta) de acción, sino que acaece en su especificidad cualitativa y concreta más o menos intermitente, sin asumirse como mandato. La intervención psicológica en sus diversas expresiones trabaja por el cumplimiento de la promesa que ha hecho (en cada caso) su fondo teórico: en el desarrollo de sus prácticas se intenta demostrar, con mayor o menor conciencia de ello, que la base teórica sobre la que se han vertebrado tales prácticas dice verdad, es decir, se comprueba. El interventor no codifica conceptualmente al sujeto en esas operaciones verbales e interactivas que se despliegan y extienden sino para confirmar el sustento teórico (disciplinario y biopolítico) determinante de su propia acción profesional o investigativa.

Psicopoética

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