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Iconofilia

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Si el diálogo interventivo implica la transmisión de ideas y contenidos en la interlocución, psicopoética implica la aparición de mundos alternos. El diálogo interventivo remite a una sana razón instrumental, mientras que psicopoética remite a la sinrazón de lo imaginativo, de los afectos y del sentido personal. El diálogo de la intervención propende al funcionamiento del encuentro; psicopoética, en cambio, propende a cierto oscurantismo vitalista en la interlocución. Si el diálogo interventivo busca la luz celeste de Apolo, psicopoética encuentra los placeres inmediatos y sombríos de signo dionisíaco; si el diálogo de la intervención tiende a ser iconoclasta, psicopoética tiende a la iconofilia. El diálogo interventivo aspira tanto a la exactitud como a la verosimilitud de lo expresado; psicopoética, por el contrario, aspira a la comunión festiva y contradictoria con las expresiones de otros. El diálogo de la intervención pondera la idea de lo confiable mientras que psicopoética se torna muchas veces sospechosa por incongruente, cambiante e incierta. El diálogo interventivo simplifica el encuentro; psicopoética lo complica. El diálogo de la intervención despliega una mirada prospectiva de la situación, busca certeza y seguridad por el razonamiento abstracto; psicopoética, por el contrario, se repliega en una mirada del presente articulada por contingencias e incertidumbres concretas. El diálogo interventivo busca la vía recta de utilidad y eficacia expresiva en su desarrollo. Separa, corta los objetos o temas de intercambio, suele asumir con seriedad la noción de lo dicotómico. Su carta fundamental es el as de espadas. Psicopoética, en cambio, cultiva digresiones inútiles y abigarradas, mezcla o entrelaza los objetos y temas de intercambio, juega afectivamente con las conjunciones. Sus cartas clave son corazón, trébol y diamante.

Si el diálogo de la intervención instituye un régimen diurno98 proclive al ejercicio de la determinación y la cordura, psicopoética defiende un régimen nocturno-crepuscular que ampara lo indeterminado y abre puertas al delirio. El diálogo de la intervención involucra un proceso de búsqueda y adquisición de verdad (diagnóstico) para estimular en consecuencia procedimientos de transformación personal-social positiva en los sujetos participantes para su propio beneficio. Psicopoética, en cambio, involucra un proceso errante, más o menos perezoso y sensible, que no pretende diagnosticar o intervenir en beneficio de nadie. El protagonista del diálogo interventivo es el homo faber (que en su activismo práctico tiende a excluir al otro o a establecer relaciones instrumentales con otros sobre la base de contratos racionales), mientras que el de la psicopoética es el homo aestheticus (que no excluye a los demás, sino que se relaciona con ellos sobre la base de cierta empatía que lo hace participar colectivamente en ámbitos más amplios y desordenados de ideas, emociones e imágenes diversas). Si el diálogo de la intervención se asocia a la prudencia y a los propósitos del debe ser en un perpetuo posible; psicopoética se asocia al atrevimiento y a los despropósitos del ser en una sucesión de actualizaciones. El diálogo psicopoético asume, conscientemente o no, la vida transicional de los vínculos interpersonales y sociales. Se entrega al devenir imparable del continuo convertimiento en medio de una crepuscularidad vitalista y fecunda. En contra de la racionalidad instrumental de los dispositivos de intervención psicológica, psicopoética quiere recuperar esa hiperracionalidad onírica, lúdica, fantasmagórica, inventiva, que llega a actuar en distintos momentos de la interlocución cotidiana.99 El diálogo interventivo, por su parte, tiende a cierta adecuación autorregulada y constante, tiende a cierta realización plena de sí mismo en el dominio de su objeto y del mundo. Si este diálogo de la intervención se asocia responsablemente a la idea de proyecto y de cálculo, busca explicaciones y se inconforma con lo que va encontrando; la psicopoética, por el contrario, se agota en el acto de su realización; acepta lo que hay; no asume mayores responsabilidades ni calcula su desarrollo ulterior. Pero, además, si el diálogo de la intervención remite por lo general a espacios circunscriptos, especializados o apropiados a los fines que dictan su funcionamiento; la psicopoética estimula, en cambio, articulaciones intensivas de espacios diversos para la interlocución.

Así pues, del diálogo interventivo se critica su condición algorítmica: el constituirse como estrategia más o menos pensada para acceder a un conocimiento, generar acuerdos o modificar actitudes o formas de ser de los interlocutores; su condición competitiva: el constituirse como práctica de confrontación que exige un dominio simbólico del proceso y del interlocutor; su condición argumentativa: el constituirse como secuencia más o menos congruente de planteamientos dirigidos a un fin determinado. Psicopoética opone a tales preceptos una vocación imaginativa; una vocación metafórica-divergente y una vocación por el apasionamiento, la crítica y la risa. Si el diálogo de la intervención tiene un carácter retroactivo (porque siempre retrocede, digamos, se retrotrae al imperativo de la normalización que lo antecede), el diálogo psicopoético tiene carácter proactivo (en cuanto implica un lanzamiento de invenciones siempre diferentes que provocan una transformación inusitada del paisaje microsocial). Si el diálogo interventivo se alza como una fortaleza simbólica desde la cual actúan los vectores prescriptivos de la sujeción, la psicopoética, en cambio, desde la magia de Hayao Miyazaki, se alza como un castillo ambulante que abre los caminos alternos de la producción de subjetividad.100

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