Читать книгу Psicopoética - Raúl Ernesto García - Страница 60
Desobediencia
ОглавлениеPsicopoética tiene carácter emergente e imprevisible. No puede pensarse en términos de dispositivo institucional que promueva, favorezca o facilite la realización de tales formas de interlocución. No tiene (no puede tener) pretensión de sistematicidad. El proceso en virtud del cual surge la psicopoética no es controlable, aun y cuando se pueda intentar hablar de determinada manera, en aras, por ejemplo, de estimular las procreaciones de la imaginación. En psicopoética más que una reconciliación con el saber se vive una experiencia de ficción conversacional intensiva. Involucra juegos verbales e imaginativos, utilización de metáforas, simbolizaciones diversas, descomposiciones y recomposiciones múltiples de ideas y planteamientos. Acaso acontece por momentos también lo que se podría denominar como una magificación (afectiva) del encuentro. Una reivindicación lúdica de la magia de lo inexplicable en contra de la ubicación certera de la prestidigitación argumentativa. Surgen afirmaciones que se instalan como aperturas de sentido, más allá del mandato del acuerdo o del consenso entre los interlocutores. Se abren caminos desconocidos y el proceso va sin rumbo fijo, es decir, deambulando relativamente a la deriva, provocando efectos intelectuales, emocionales y corporales, más o menos intempestivos en los interlocutores. Psicopoética constituye, pues, una forma de interlocución que critica en acto (que impugna, que contraviene) la noción y la práctica del diálogo institucionalizado de la intervención profesional del complejo psicológico en cualquiera de sus aplicaciones instrumentales. Aunado a esto, psicopoética deviene un ejercicio de resistencia más o menos consciente contra las prescripciones discursivas y los modos correctos o eficientes de hablar en la interlocución misma. En el acaecer de la psicopoética lo que ocurre es la irrealización del diálogo interventivo. Una desobediencia a mandatos o consignas epistemológicas, morales o políticas, en su autoritarismo sutil o explícito, del quehacer institucional. Una desobediencia centelleante, fragmentaria, que realza el brillo de lo mundano. En efecto, el diálogo psicopoético elude la presencia acerada y celeste de la idea definitiva para abrir planteamientos en los que relampaguea la policromía y los claroscuros del mundo en su materialidad inacabada. Psicopoética constituye, así, una forma de interlocución que recupera el relámpago del sentido cambiante respecto de los acontecimientos vividos en determinado momento. Aporta una discontinuidad chispeante de sentidos a la continuidad discursiva del mundo.
Jean Lacroix dijo hace tiempo: “Los que no son seres de diálogo son fanáticos: se desconocen tanto como desconocen a los otros. Solo por mediación del diálogo se realiza uno y se conoce: al destruir el diálogo, se destruye uno a sí mismo y se destruye al otro”.105 En este sentido habrá que admitir que psicopoética, en tanto que de cierta manera destruye el diálogo (porque lo dispersa en sus objetivos, lo trastoca, lo convierte en di-versión imprevisible), se aproxima a una especie de fanatismo: la desmesura y el apasionamiento surgen en cualquier instante, la tenacidad irreflexiva en la defensa de una u otra posición o planteamiento, o al contrario, el entusiasmo irrefrenable por cambiar lo que se dice hasta el absurdo. Difícilmente habrá circunspección en psicopoética. Muy poco del intercambio de opiniones comedido, correcto, desinfectado, europeizante106 para encontrar acuerdos o soluciones. Psicopoética implica más bien una interlocución (muchas veces) placentera –o irritable– porque no asume las cauciones victorianas del prestigio personal. Por su carácter performativo involucra una condición resistente que, en términos micropolíticos, conlleva expresiones de oposición a los preceptos institucionales de la práctica dialógica como recurso de modificación, desarrollo o normalización de ideas y comportamientos entre los participantes.