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Fantasía

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En cuanto discontinuidad significativa respecto de los vectores discursivos del poder estructurante en la interlocución, psicopoética puede pensarse en términos de lo que Judith Butler denominó una ruptura habilitante.91 Se trata de un intercambio verbal que resulta interesante no tanto por el ordenamiento relativamente lógico y argumentativo que detente, sino, sobre todo, por su potencia para la desorganización creativa de sí mismo; un intercambio verbal que paradójicamente se desarrolla debilitándose y cambiando. En su diversidad crítica, psicopoética abre su disposición a dejar de ser ella misma una entidad bien delineada en términos funcionales. Como diálogo heterogéneo, incorpora la incongruencia y el descentramiento en el hablar, pero se mantiene disponible para el deseo y la afectividad emergente en el encuentro intersubjetivo. No exige prefijación temática cerrada dicha interlocución; se desconoce el destino final del intercambio; suele rebasarse en acto cualquier propuesta previa. La fantasía parece asumirse como cierto principio organizador en la expresión y en la propia asimilación de las experiencias de intercambio. Esto implica que el diálogo psicopoético propende a la producción material e intersubjetiva permanente y cambiante de mundos constituidos como formas propias de leer, enunciar y activar el entorno en sus relaciones diversas. Al hablar se reedita la realidad compartida; se asume un potencial inventivo y creador fundamental que, en la negación de evidencias (o afirmación de ficciones), compromete y promueve la configuración y la consistencia de las propias realidades involucradas. Psicopoética tiene, pues, una capacidad negativa; es decir, una capacidad de negar aunque simultáneamente afirme; una capacidad de revelar –por ejemplo– los vacíos y las amarguras que se producen concomitantemente a la esperanza. Se incorpora lo irracional; se asume una condición compleja, erótica y fabulosa de la propia vida en la interlocución; se contrapone con toda su imperfección a cualquier modelo socialmente dominante del dialogar porque se fuga constantemente del terreno perteneciente al máthêma (aquello que se reconoce en cada acto de conocimiento, digamos, aquello que es susceptible de ser explicado, que es cognoscible en términos de un orden lógico) para incursionar en el ámbito del páthêma (aquello que resulta indecible, que se padece y que por lo mismo excluye previsiones y certezas).

Psicopoética significa algo así como un supercóctel inventivo, porque produce un diálogo que no se concentra en lo abstracto de las ideas o la “pureza” de las personas participantes, sino que involucra una suerte de inmersión en la vida concreta de los objetos y las redes sociales que simultáneamente articulan dichos encuentros. Tales vertebraciones subjetivo-objetales cambian constantemente.92 Uno habla –por ejemplo– con el amigo-cigarro-recuerdo-trabajo perdido-botas gruesas que, a su vez, deviene siempre otras cosas. A cada momento cualquiera de estos aspectos interfiere parasitariamente en el curso ideal del diálogo mismo. Al mismo tiempo, uno siempre promueve, en cuanto dialogante entrelazado, la emergencia actuante de diversos objetos incorporados a la configuración misma de los planteamientos y las vivencias que ocurren en ese diálogo. Uno habla en determinado instante, por ejemplo, como mujer-camisa-azul-escritorio de madera-libros-reloj-mirada extraña-búsqueda-risa. El entorno se articula entonces con quien dialoga en la producción de sentidos irrepetibles para el encuentro. Ocurre una especie de yuxtaposición creativa de cuerpos, voces, objetos y sentidos que se diversifican. En tal situación de pronto acaecen también devenires subterráneos, vivencias ocultas que no se hacen explícitas en el espacio de intercambio dialógico vigente en ese momento.

Psicopoética

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