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Delirios

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En psicopoética vista como intercambio comunicativo, sucede que el acto de transmisión y la cosa a transmitir no siempre implican identidad o adecuación absoluta. Implican más bien una no concordancia, una inadecuación, un desfasaje, una fractura o refracción. Acaece de pronto una especie de inconsistencia o disociación ideoafectiva en el hablar. En el diálogo de la intervención, por el contrario, se tiende a consolidar en el habla una identidad y una continuidad entre el acto de transmisión (procedimientos) y la cosa a transmitir (objeto y objetivos). Psicopoética promueve a veces un potencial de extrañamiento hacia las cosas, una especie de huida de las cosas y una alteración de formas expresivas que hace de todo ese proceso una interlocución desprendida y en constante novedad. Todo sentido se configura y se produce al tiempo de ir negándolo en el devenir de los acontecimientos. Se hace un extrañamiento del propio mundo y lo real se establece al tiempo de ir transmutándolo en irreal. Se rompe el hábito de transmitir lineal o directamente el contenido en cuestión y se niega la estabilidad de dicho contenido. En el diálogo psicopoético no se garantiza nada. Se deja de hablar técnica o apropiadamente para favorecer una conversación que puede inaugurar travesías fantasmagóricas, ridículas, delirantes o indescriptibles.

El diálogo psicopoético es aquel que abre a los interlocutores un espacio imaginativo para deambular, con mayor o menor asombro, por una especie de Wunderkammer (“cámara de las maravillas”). Al respecto, Giorgio Agamben escribe: “Hacia finales del Medioevo, en los países de la Europa continental, príncipes y eruditos recogían los objetos más disparatados en una Wunderkammer que contenía promiscuamente piedras de forma insólita, monedas, animales embalsamados, libros manuscritos, huevos de avestruz y cuernos de unicornio”. Y más adelante señala (el fragmento es extenso, pero vale la pena compartirlo):

Poseemos un grabado que reproduce la Wunderkammer del médico y coleccionista alemán Hans Worms, a través del cual podemos hacernos una idea bastante precisa del aspecto de una auténtica y verdadera cámara de las maravillas. Del techo, a notable altura, cuelgan caimanes, osos grises disecados, peces de extraña forma, pájaros embalsamados y canoas de poblaciones primitivas. La parte superior de la pared del fondo está ocupada por lanzas, flechas y otras armas de distinta forma y procedencia. Entre las ventanas de una de las paredes laterales se hallan cuernos de ciervo y de alce, pezuñas y calaveras de animales. De la pared que está enfrente, a poquísima distancia uno de otro, cuelgan caparazones de tortugas, pieles de serpiente, colmillos de pez sierra y pieles de leopardo. A partir de cierta altura hasta el suelo, las paredes están cubiertas por una serie de estantes repletos de conchas, huesos de pulpo, sales minerales, metales, raíces y estatuillas mitológicas […] todos los objetos parecen encontrar su sentido solamente los unos junto a los otros, entre las paredes de una habitación en la que el sabio podía medir a cada instante los confines del universo.101

Pues bien, psicopoética abre una conversación productiva que transita subjetivamente por una u otra cámara de las maravillas. Implica el acceso a esa galería diversa, compleja y promiscua de elementos de sentido mediante los cuales se configuran las expresiones personales en el encuentro dialógico mismo. Dicho proceso elude formulaciones cerradas y acaso traduce tales elementos de sentido en un ejercicio concomitante a la invención siguiente. Acaso engendra por momentos unos u otros delirios en un juego que degrada creativamente los contenidos expresados. Y acaso al mismo tiempo reconstituye elementos sugerentes sobre los cuales habrá de producir nuevos sentidos, al calor del entrelazamiento que supone el vínculo de los dialogantes con la materialidad misma del entorno.

Psicopoética

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