Читать книгу Tendencias actuales en economía circular: instrumentos financieros y tributarios - Rodolfo Salassa Boix - Страница 36

I. Introducción

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El modelo de producción y consumo que ha prevalecido desde la revolución industrial, basado en recursos naturales abundantes, ha significado una lógica destructiva con la naturaleza entendida como una fuente de recursos que agotar y alterar en favor de un modelo de desarrollo injusto e insatisfactorio.

El informe Meadows, “Los límites al Crecimiento” pedía ya un cambio de modelo ante la previsión de escasez de los recursos en el futuro (MEADOWS, et al., 1972). Sin embargo, a pesar de esa advertencia y de las diferentes propuestas para ralentizar o cambiar el modelo económico, la huella ambiental en el planeta ha ido en aumento dando lugar a frecuentes fenómenos meteorológicos extremos, cambios de uso del territorio, alteración del clima, sobreexplotación de agua, sequías intensas, etc. poniéndose de manifiesto en qué medida la capacidad humana puede afectar a los grandes ciclos de la materia.

Recientemente la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA) ha señalado que “la COVID-19 ha sido una nueva señal de alarma que nos ha llevado a cobrar conciencia inmediata de la relación existente entre nuestros ecosistemas y nuestra salud, así como de la necesidad de enfrentarnos a los hechos: el modo en que vivimos, consumimos y producimos son perjudiciales para el clima y afectan negativamente a nuestra salud”. De hecho, determinados estudios relacionan un impacto territorial de la COVID-19, en términos de mayores tasas de mortalidad en zonas con peores resultados de contaminación atmosférica y de pobreza (LÓPEZ Y DURÁN, 2020).

Las cuestiones relacionadas con la escasez de los recursos, el deterioro medioambiental y los efectos sociales derivados del modelo de crecimiento económico no son nuevas. Autores como Malthus, Ricardo o Stuart Mill ya conectaron analíticamente los hechos económicos con el entorno ambiental9 pero, a pesar ello, el proceso económico siguió considerándose como un hecho mecánico y, por tanto, reversible, desvinculado del medio natural, dejándose al margen de la consideración económica la utilización que se hace del mismo como fuente de recursos y como depósito de residuos10. La razón fundamental de su no consideración estribaba en el hecho de que, para la economía, los recursos naturales eran considerados recursos de propiedad común a los que se tenía libre acceso y, es precisamente esto el causante del abuso en su uso. Es lo que se denominó la tragedia de los comunes (HARDIN, 1968).

En contraste a esta visión mecanicista y reduccionista de la economía convencional surgieron alternativas desde la escuela de pensamiento institucionalista planteando una visión orgánica y holística y haciendo énfasis en la interdependencia circular entre ecología y economía. Según ellos, los sistemas y procesos económicos son abiertos y dinámicos y los comportamientos no son sólo individuales sino en grupo. En ese sentido destacan las aportaciones de autores como William Kapp conocido por su análisis de los costes por contaminación que las empresas privadas hacían pagar al resto de la sociedad (KAPP, 1966).

Las ideas imperantes hasta los años sesenta del siglo pasado fueron las del crecimiento económico posible gracias a una mayor productividad y al “dominio de la Naturaleza” (TAMAMES, 1993, pág. 76) lo que supuso altos costes sociales. Todo ello trajo como consecuencia la conocida crisis ecológica global del último cuarto del siglo XX lo que sirvió para manifestar las limitaciones del crecimiento económico, para cuestionar el pensamiento económico tradicional y buscar nuevos objetivos tales como el desarrollo sostenible.

Con respecto a los límites al crecimiento económico, la constatación de los problemas ambientales y sociales derivados de la actividad económica pone en duda la independencia del sistema económico. Es decir, se cuestiona si éste se encuentra aislado e independiente del contexto natural. Respecto a esta cuestión destaca la aportación de autores como Kenneth Boulding quién, en su ensayo The economics of the coming spaceship earth, acuñó el término de economía del cow-boy refiriéndose a la no contemplación de las funciones que desempeña el medio ambiente y su deterioro en el sistema económico, en el que los recursos parecen darse de forma ilimitada sin encontrar problemas de expulsión de contaminantes y desechos. Como contraposición definió la economía actual como al navío espacial tierra donde los recursos son limitados y la contaminación y el vertido de desechos se encuentran con la limitación de espacios finitos (BOULDING, 1966).

Destaca también, en esta misma línea, la crítica realizada por Mishan, en 1967, en su libro The costs of economic growth en donde manifestaba que “si a los hombres lo que les interesa primordialmente es el bienestar humano y no la productividad concebida como un bien en sí misma, deben abandonar el crecimiento económico como un fin prioritario de la política, en favor de una política que busque aplicar criterios de bienestar más selectivos (…) dirigiendo nuestros recursos y nuestra ingeniosidad a re-crear un medio ambiente que inspirase y reconfortase a los individuos” (MISHAN, 1989, pág. 21).

La polémica sobre la disponibilidad de recursos naturales y los límites al crecimiento económico dio lugar a dos posiciones intelectuales: los neomalthusianos y los cornucopianos (AYRES, 1993). Los primeros enfatizaron los límites de los recursos naturales y la necesidad de restringir el crecimiento de la población y el crecimiento económico destacando el informe Los límites al crecimiento, encargado por el Club de Roma, donde se exponía que el crecimiento económico, con o sin aumento de la población, era un hecho perjudicial. El argumento básico de este informe era que, debido a que el mundo tiene recursos finitos, debía haber límites al crecimiento exponencial de la actividad económica, de la población y de la contaminación (MEADOWS et al., 1972)11. Sin embargo, esta dramática conclusión fue criticada por varios autores surgiendo una corriente de pensamiento muy optimista respecto al poder de la tecnología y del libre mercado para encontrar sustitutos a la escasez de recursos. Son los conocidos como cornucopianos. Su argumento se centra en que a medida que los recursos se convierten en escasos los precios aumentan dando señales de esa escasez y, tanto los productores como los consumidores, cambiaran sus pautas de comportamiento.

Además, del debate sobre los límites del crecimiento económico, se señala la necesidad de incorporar la preocupación por el medio ambiente y por los recursos naturales en los procesos de desarrollo popularizándose conceptos como el eco-desarrollo. Inicialmente su autoría se le atribuyó, en 1973, a Ignacy Sach, aunque, ya en la Conferencia de Estocolmo, celebrada en 1972, Maurice Strong se había referido al mismo (RIDDELL, 1981; NAREDO, 1996). Según Colby, este término trata de reorganizar el comportamiento humano con el fin de crear sinergias entre el mismo y los procesos y servicios de los ecosistemas (COLBY, 1991). Por tanto, este concepto conjuga la compatibilidad entre medio ambiente y la producción, es decir, la incorporación de la dimensión ecológica y socioeconómica en los procesos de desarrollo.

La publicación, en el año 1987, del documento Nuestro futuro común o Informe Brundtland, marca el inicio de “una nueva era de crecimiento económico– crecimiento que es vigoroso y al mismo tiempo sostenible social y ambientalmente” (WCED, 1987, pág. xii). Era que persigue, en definitiva, lo que se conoce como desarrollo sostenible. A partir del informe Brundtland, el mundo es concebido como un sistema global cuyas partes están interrelacionadas. Sin embargo, para el logro de este desarrollo sostenible era necesario un consenso mundial además de un compromiso político respecto a la conservación del medio ambiente. Es decir, a partir del mismo, se abre una etapa de aplicación de los principios de sostenibilidad en todos los ámbitos, locales, nacionales o internacionales paralelamente al desarrollo institucional de la sostenibilidad global (LOBATO, 2017). Con este fin, en 1992, se celebró en Río de Janeiro la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente “I Cumbre de la Tierra” adoptándose una estrategia global medioambiental que quedó recogida en el documento Programa 21.

Con respecto a la sostenibilidad se daba un cierto consenso respecto a su significado considerándose como la capacidad para continuar en el futuro entendiéndose, además, que este proceso debía realizarse con la interacción entre tres sistemas: el ecológico (biológico), el económico y el social (DALY, 1993). De acuerdo con esto, se puede argumentar que si el sistema natural y sus recursos constituyen la infraestructura física que posibilita el desarrollo de la sociedad, esta base física establece límites definidos por la disponibilidad de recursos naturales, así como la disposición de los residuos generados. Es decir, la capacidad de una economía de mantener su flujo de ingresos a lo largo del tiempo depende de la sostenibilidad del medio físico donde se encuentra inserta. Así lo señala también Naredo, al señalar que “(…) una gestión que además de ser económica presenta ser sostenible ha de preservar el sistema considerado de estados críticos derivados tanto de falta de recursos como de excesos de residuos (…), por lo que la preocupación por la viabilidad de un sistema debe abordar conjuntamente ambos extremos “(NAREDO, 1992, pág. 22).

En la búsqueda de la sostenibilidad de los sistemas tanto a medio como a largo plazo han ido surgiendo diferentes propuestas que, en cierta medida, han posibilitado ser más eficientes en el uso de recursos, pero no lo suficiente como para paliar el daño ambiental o aliviar la presión sobre el planeta probándose la no sostenibilidad de las actividades humanas. Esta sería también la conclusión del informe Más allá de los límites al crecimiento en el que sus autores revisaron y actualizaron el modelo en el que habían basado su trabajo de principios de los setenta. En este nuevo informe señalaban que “el mundo había sobrepasado sus límites” (MEADOWS, et al., 1992, pág. 22).

Son diversas las razones que han llevado al deterioro de la naturaleza y de la inestabilidad de los ecosistemas del planeta, pero, entre ellas, destaca el crecimiento de la economía mundial que se ha multiplicado por cinco en los últimos 50 años lo que ha supuesto triplicar la extracción de recursos naturales y la energía impulsando, así, el crecimiento de la producción y el consumo. Ya, en los años 90, diversos economistas llevaron a cabo trabajos empíricos que demostraban la correlación existente entre el crecimiento económico y el deterioro medioambiental utilizando para ello la curva ambiental de Kuznets (GROSSMAN Y KRUEGER, 1995; SELDEN Y SONG, 1994).

Junto al crecimiento, también se debe al aumento de la población hasta alcanzar los 7.800 millones de personas y, aunque se observa un aumento de la riqueza mundial, todavía 1300 millones de personas continúan siendo pobres; entre 700-800 millones pasan hambre (PNUMA, 2021) y entre 1 y 2000 millones están desnutridos lo que les incapacita para funcionar plenamente sin contar con perspectivas halagüeñas sobre su futuro alimenticio (EHRLICH Y HARTE, 2015).

Tendencias actuales en economía circular: instrumentos financieros y tributarios

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