Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 11

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Jonás se pide un mar sin límites

Debo admitir que mi situación en esta próspera y bulliciosa ciudad es algo anómala. La gente se va de su casa con la intención de empezar una nueva vida. Yo lo hice para burlar una orden. Soy un fugitivo, y la voz de mi perseguidor ha viajado conmigo. No sé cómo apagarla. Cada vez es más fuerte, más terrible. Se suponía que aquí, tan lejos de su casa, no debería sonar o ser apenas un susurro, una molestia insignificante. Los pocos amigos que he hecho me dicen que hay que estar loco para prestarle oídos a un dios que no suena ni truena en mi país de adopción. Están en lo cierto: aquí, ese dios no tiene templos ni fieles. Cuando les habló de él (lo hago a menudo), se muestran sorprendidos. ¿Siempre colérico?, ¿siempre a la greña con los demás dioses? No se explican por qué ese poderoso me confió una misión que no casa con mi naturaleza. ¿Tú, de profeta?, ¿tú, apenas un muchacho, alguien que necesita pasarlo bien? Abuso del vino para librarme de esa voz de otra parte, de esa orden que me está desordenando, pero no me suelta, no permite que deje de hablar de su instigador. Alguien que solo debería hablar de las muchachas y las travesías por unos mares que a veces deparan tesoros, habla más de la cuenta de un dios lejano que se ha convertido en su verdugo. Yo, que no quería ser un predicador. Yo, que quería seguir siendo por un tiempo indefinido un muchacho más. Me pregunto si me decidí por el destino que no me convenía y si más allá de Agadir habrá otra tierra… Tiene que haberla, ya que en el puerto se habla mucho de ella, y lo hacen marineros, gente que no habla por hablar. Jonás, aterriza: te ha llegado la hora de emprender otro largo viaje.

A esa fea no se le abre la puerta

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