Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 20

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El crimen de la Librería Junín

El pasado fin de semana, para tomarle el pelo, le leí la mano a una vieja conocida. Esa lectura le hizo creer que tengo poderes especiales. Ahora quiere que le interprete un sueño que tuvo anoche. Una de sus mejores amigas se le apareció, vestida de monja. “Esa piel de bebé. Qué impresión”. Se le apareció la única que no llegó a vieja, con una sonrisa que no supo calificar. Dejémosla en enigmática, para no complicar la historia. Se llamaba Aura. Hace cerca de treinta años la mataron en su librería, que quedaba en el centro de Medellín. Como de bebé el cutis de Aura. Pero su temperamento era áspero. Yo conocí a la víctima. Me caía bien. Leía. Sabía. Dominaba tres idiomas (ella decía que no saber inglés era como ser analfabeta). Los libreros de ahora no deberían ser libreros. No leen. No saben. Algunos no dominan ningún idioma. Antes de ser librera, Aura había sido monja en un convento de clausura. Tal vez por eso tenía una piel intachable. La piel de la vieja conocida es un desastre. Desde los quince hasta los cincuenta jugó tenis de campo. Si hubiera seguido el ejemplo de Aura, no habría caído en manos de los dermatólogos. De esos especialistas no hay manera de zafarse. De cuáles, se preguntará el avisado lector. Dos mujeres. Ninguna de ellas se casó. A raíz del asesinato de la que siempre fue religiosa (el cargo de librero es un apostolado), se hicieron algunas especulaciones sobre su vida sentimental. Se llegó al extremo de convertir la Librería Junín en el escenario de un amor loco. A las seis y media de la tarde, cuando ya se habían ido todos los dependientes, llegaba un hombretón que no estaba interesado en ningún libro. Se aparecía con una botella de vino. El amor y el alcohol cambiaban la naturaleza de la mujer. Un viernes de hace treinta años, por la noche, no se realizó ese milagro, y hubo un altercado, y el hombre, ya más fiera que hombre, ahorcó a la mujer, y se volvió humo para siempre. Esa versión no era gratuita, ya que la justicia encontró una botella de vino medio vacía en la pieza del fondo, y en el cuello de la víctima, “huellas de un par de manos inmensas, que no son comunes en nuestro medio”. Huellas que no figuraban en ningún archivo dactiloscópico, ni local ni nacional. En la librería donde se conseguían las mejores novelas policíacas, se cometió un crimen perfecto. Tras la correspondiente investigación (exhaustiva, como siempre), el caso no avanzó: un par de manos descomunales, como las que salen en tantos cuentos infantiles, y cambiemos de asunto. Nos quedamos sin saber quién y por qué mató a una abnegada sierva del Libro. “Esa piel de bebé. Qué impresión”. La vieja conocida que sufre de cáncer de piel y sus prioridades. Para un cutis que no hablaba del paso del tiempo, palabras efusivas. Para el asesinato de una de sus mejores amigas, apenas un comentario ácido. “Se veía con un animal. Debió preocuparse menos por el estado de su piel y más por el de su cabeza”.

A esa fea no se le abre la puerta

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