Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 13

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Texto de la tablilla número 1953 de la biblioteca de Nínive

Como yo no tenía una causa, los demás me reprobaban. Yo era alguien inconveniente. El extraño. El enemigo en ciernes. Algunos me miraban con odio. Supuse que solo en el desierto podía sentirme a salvo, y me fui para ese más allá, donde me pasaron mil penalidades. Tampoco yo tenía temple. Mientras me dirigía a mi casa, más y más personas salían a mi encuentro. Ni se veían amenazantes, sino expectantes. El muchacho que carecía de una causa ya era alguien que portaba un mensaje trascendental y no tardaría en revelarlo. Tres días de deriva por el desierto habían bastado para convertirlo en un enviado de la Luz. Pese a que no tenía nada que decir, para salir del paso, dije lo primero que me vino a la cabeza: algo terrible. Fue el principio de mi ardua y temeraria vida de profeta.

A esa fea no se le abre la puerta

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