Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 9

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La casa que quería irse por un precipicio

A Matías Parra, el día de su primera comunión, le regalaron un libro que lo trastornó para siempre. No le regalaron un libro, sino un genio, uno que lo instaba a construirse un palacio miliunanochesco. Tan pronto como empezó a ganar plata, se compró un inmenso terreno en Chimaná, la meseta de enfrente. Su principal vecino es un magnífico precipicio desde el cual se pueden ver tres pueblos, un río y un pedazo de selva. Todos los arquitectos que contrató, que no fueron pocos, lo defraudaron. Ninguno entendía la idea árabe que él alimentaba desde la época de su niñez. En esa meseta fueron más las demoliciones que las construcciones. Al cabo de muchas tentativas, en vez de un palacio, se levantó un adefesio inhabitable que mantenía fuera de sí a su dueño. Con todo, él lo recorría cabalmente los domingos y demás días de fiesta, ya tomado por el alcohol. Debe suponerse que otro genio fue la causa de su repentina adhesión al vacío.

A esa fea no se le abre la puerta

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