Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 22

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Pascal, dos amigas y un ojo sin photoshop

Reina y Rocío. Se conocieron en el colegio y pese a que la vida llevó lejos a la primera, no se distanciaron. En los últimos años, gracias a la inteligencia artificial, esa amistad se consolidó. Reina le mandaba a Rocío muchas imágenes en las que siempre aparecía radiante, intachable, en escenarios del futuro, como Tokio y Singapur. Rocío correspondía con textos de su propia cosecha y artículos y caricaturas de la prensa local. Era un intercambio que intrigaba a la mujer que tras cincuenta años de trajín en el exterior había resuelto radicarse en Barichara. ¿Cómo habrá tratado el tiempo a esa muchacha?, ¿ya no quedará nada de su belleza?, ¿no querrá que su amiga de siempre se entere? Ese misterio no debía resolverlo la virtualidad, sino la realidad, en el pueblo donde Reina se compró una casa con una panorámica de folleto turístico. Ella insistía. Tienes que venir, este pueblo es lo mejor que me ha pasado, te provocará pasar aquí el resto de tus días. La otra cavilaba. ¿Para qué viajar?, ¿para pasar trabajos?, ¿no es abominable la condición de turista y de visita? Rocío, en su confortable y seguro apartamento de Medellín, se decía una advertencia de Pascal que casi nadie ha tomado en serio. “Todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de permanecer a solas en su habitación”. Esa máxima debería presidir la recepción de los hoteles, en letras de oro. Reina insistía. Pascal advertía. La primera se hacía preguntas sulfurosas. ¿Por qué tanta renuencia?, ¿estaré invitando a una anciana?, ¿me tocará bregar con una enferma? Al cabo de una insistencia que ya mezclaba las palabras dulces con las agridulces (hay algo hostil en tu actitud, no sé qué pensar, me gustaría que fueras clara con tu amiga de toda la vida), perdió el pensador francés, y a causa de esa derrota, Reina se llevó una sorpresa que no le convino a su alma. Rocío aparentaba menos años de los que tenía. Digamos que diez. Digamos que quince. A la mujer cosmopolita, en cambio, se le notaban sus numerosos almanaques. La anfitriona, consciente de que la gente mayor, por bonita que sea su piel, tiene de sobra ángulos desfavorecedores, se dedicó a retratar a hurtadillas a su huésped. Esas ingratas imágenes pueden ser vistas en varios sitios de la red. “Rocío Jaramillo, una amiga como pocas”. “Rocío Jaramillo en Barichara, una visita inolvidable”. “Rocío Jaramillo, la única hermana de verdad que yo he tenido”. Reina y Rocío. La segunda borró a la primera (delete, delete, delete), y por enésima vez se inclinó ante la sombra de Pascal.

A esa fea no se le abre la puerta

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