Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 25

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Dos muertos que escupían púas

Muchos alumnos de primaria de la escuela Manuela Beltrán todavía recuerdan la primera (y última) vez que el señor Restrepo acudió a hablarles de su vida de prójimo de los huitotos. El hombre llegó, estrelló contra el tablero, del todo extendida, su inmensa e incompleta diestra, y la calcó con una tiza. Los niños quedaron de una pieza. Ante ellos estaba un retrato fiel de la mano que el pueblo entero relacionaba con el canibalismo. Alcen la mano los que ahora no tengan en mente la palabra caníbal. Nadie la alzó. Niños, no piensen como todo el mundo, pongan a trabajar la imaginación. Una pista: los huitotos no comen carne humana. Otra: al principio, mi espesa y oscura barba les hizo pensar que yo era un demonio que les convenía tener de amigo. Y otra, muy importante: en la selva ya se imponían los enemigos de la selva. Como nadie dijo nada, el señor Restrepo borró de un tirón la mano que no había servido de musa y abandonó el aula. Varios días después, empezaron a lloverle historias infantiles sobre la vida de su diestra en la selva. Todas venían con un dibujo muy parecido al que él había hecho en el tablero. Todas, salvo una: la que hablaba de dos dedos que echan raíces y se vuelven árboles muy grandes y de aspecto feroz. Fue la que más le gustó.

A esa fea no se le abre la puerta

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