Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 29

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Dios cada vez tiene más poderes

En las afueras de Barichara, más allá de los perros, los gallos y los equipos de sonido, un matrimonio de pensionados americanos construyó una “casa inteligente”. Para mi gusto (y disgusto), demasiado inteligente, pero esa demasía no la advertí desde un comienzo. Me hospedé ahí cuando el esposo estaba en Miami. Él, el ausente, fue la persona más presente durante mi estadía de una semana. Desde Miami, por medio de un aparato invisible, me daba los buenos días y las buenas noches, me preguntaba cómo me había ido en el pueblo (yo vivía afuera, para librarme de la mirada del “Gran hermano”), me recomendaba destinos turísticos… El sexto día, por la mañana, el habitante más lejano y más cercano me dijo que no le parecía extraño que yo, al salir de la casa, pusiera cara de alivio, y que adentro, mi cara fuera de contrariedad. “Usted se siente incómodo en el futuro”. En vez de hacer la maleta y largarme, que es lo que habría hecho alguien en sano juicio, me dediqué a maquinar un golpe posmoderno, uno que desconcertara a la casa que se las daba de panóptico. Se me ocurrió en el inodoro (un invento como para incensar, el primer robot que tendría en mi casa). Animado por un propósito que habrían celebrado los poetas malditos, empezando por Rimbaud, desconecté al amigo japonés, y como este no pudo hacer su encomiable tarea, ni asearse ni cerrarse, una parte de mi vida interior quedó expuesta, oronda y olorosa, a la espera del cortejo de las moscas. No se disparó ni una sola alarma, no retumbaron palabras recriminatorias, no irrumpió la policía. Sorprendido y algo molesto por esa muestra de indiferencia de la inteligencia del futuro, me dirigí a la cocina, a prepararme un “batido verde” (la casa siempre alerta no permitía la comida que ella consideraba peligrosa). No bien abrí la nevera, se manifestó el dios que se encontraba en Miami. “Sus excrementos no huelen como deberían oler, lo que quiere decir que su digestión no anda bien. Consulte cuanto antes a un gastroenterólogo”. Fue lo primero que hice, ya en Medellín, esa ciudad que en diciembre aturde y en los demás meses no deja de ser decembrina. Mi gastroenterólogo de cabecera me encontró una hernia hiatal y tres pólipos. Desde entonces, he echado de menos el silencio de ultramundo que me deparó la casa paranoica.

A esa fea no se le abre la puerta

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