Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 34

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Historia de un color beatífico que no se confundió con la nieve

Hace muchos años, en un colegio privado de Medellín, surgió un apodo que no nunca se había escuchado en estas montañas. A la alumna de apellido Piedrahita le decían Lady Chippendale. Ella no tenía ni una gota de sangre inglesa, pero no se cansaba de ponderar el mobiliario de ese estilo que había en su casa, y decía la palabra Chippendale con acento británico. Su aspecto casaba con esa manía. Piedrahita era muy blanca, casi transparente, y su nariz, nimia y respingada, se parecía a la de muchas damas inglesas. Tuvo suerte. En un colegio público tal vez le habrían puesto un apodo menos gentil, como Lady Bluff o Lady Ghost. Pero en esa época los pobres no tenían ni idea del idioma inglés. La habrían llamado Doña Chepa o Refifí. Ella adoraba su alias. Cuando se lo decían, se sentía celebrada, aplaudida, y estiraba su pescuezo de jirafa para verse aún más inglesa, más lady. En sus planes estaba, en primer lugar, el dominio del inglés británico, y luego, el matrimonio con un hombre de buenos apellidos. Sus hijos debían ser tan Chippendale como ella, ingleses de pies a cabeza. En esos tiempos todavía descafeinados, o mejor, descocainados, la mayoría de los hombres de buenos apellidos pertenecían a familias acomodadas. No se sabía de Piedrahitas pobres. Todos con blanca y de innegable blancura. Tan pronto como terminó el bachillerato, se fue para Londres, a estudiar el idioma que casaba con el color de su piel y el estilo de su nariz. El hecho de que le dijeran que no parecía colombiana, sino europea o inglesa, la embargaba de dicha. Su tipo la predestinaba para quedarse en esa ciudad, cuya composición racial la asombró. Ella no se imaginaba semejante popurrí. Por todas partes veía gente que no era blanca. Negra, morada, verde, amarilla, hasta azul. En el metro, solía sentarse a su lado un africano o un hindú. En su colegio, los blancos mediterráneos (sin el don de la transparencia), como los españoles y los italianos, eran la minoría. Se ennovió con un muchacho de Ferrara. Ella no era fea; él, más que hermoso: una lámina. Rompieron por una razón cualquiera, como suele pasar en todas las relaciones, y no solo en las juveniles. Siempre habrá una razón, más sólida que precaria, para separarse. Lady Chippendale fue una lady a medias, pues lo único que hizo en Londres fue medio familiarizarse con el inglés. Para dominar un idioma, no basta un año de pupitre. Ella debió casarse con un lord. En todo caso, con un caballero angloparlante. Se casó con un abogado medellinense de buenos apellidos que puso su saber y su inteligencia al servicio de una gente muy rica que carecía de pergaminos y de buenos modales. Se habría necesitado una revolución para ver sentados a esos aventureros en los selectos taburetes de la lady de aquí que admiraba la fonética de la reina Isabel.

A esa fea no se le abre la puerta

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