Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 31

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Tantas tintas tontas

Al señor K. lo acompañan día y noche tres guardaespaldas. Un gracioso local dice que esos hombres han sido entrenados para cerrarle el paso a la muerte. Eso tiene su lógica. ¿Para qué guardaespaldas en un pueblo donde no pasa nada y el único enemigo de cuidado es el tiempo? Aquí, todos los dueños de la situación mueren de viejos. A la más fea le toca armarse de paciencia ante esos mortales. Para comprender la paranoia del señor K. hay que considerar su pasado de abogado y confidente de una gente que domina el arte de enriquecerse de la noche a la mañana. Por más de medio siglo, él asistió a los ricos que los ricos de siempre no invitan a sus reuniones. Algunos de los últimos consolidan su fortuna gracias a los negocios que hacen con los primeros. “El dinero no huele”, decía el emperador Vespasiano. Un olor nada grato ha de despedir la plata de la gente azarosa, como la que frecuentaba el bufete del bienoliente señor K. (él nació arriba y arriba se mantuvo). ¿Qué se necesita para atrofiar el olfato, además de cinismo y pragmatismo?, ¿espíritu de la aventura? Tengamos en cuenta que ninguna ley les prohíbe a los abogados que se apiaden de las almas que prefieren sus propias normas a las de los códigos. Pero no convirtamos la página en un púlpito. No sigamos el ejemplo de los intelectuales. Después de todo, no somos intelectuales. Regresemos a la casa que cuenta con un sinnúmero de cámaras, tres guardaespaldas y una caja fuerte del tamaño de una nevera. Nos gustaría creer que en el más inamovible de los muebles yacen las memorias del hombre que se movió a sus anchas por el mar en permanente ebullición de los peces gordos. Abogado y confidente. ¿Qué no sabrá el señor K. acerca de los personajes que ya no sueltan el cine y la televisión?, ¿qué verdades inconfesables no constarán en sus papeles? Para versar sobre la multinacional de la cocaína, se ha exprimido a las viudas, las amantes, los criados, los parientes, los “para lo que sea”; a muchos testigos, salvo a los que se las saben todas. La enjuta humanidad del señor K. debe estallar en risotadas mientras presencia las series que están en boga. La risa no es una panacea, como sostenía una revista americana que trató de lavarnos el cerebro (y lo consiguió), pero no se puede negar que aporta defensas. La muerte va a tener que sacar de su lista de capo a ese adalid del Derecho.

A esa fea no se le abre la puerta

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