Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 36

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Aprenda usted a decir correctamente whisky en chino

Al señor Sánchez, cuando oyó decir que en las afueras del pueblo vivía un platudo excéntrico de apellido Bernal, se le despertó en la memoria el recuerdo de Sergio Bernal, un compañero suyo en la Universidad de Antioquia que llevaba una doble vida. En la Universidad, era revolucionario. Fuera de ella, no se codeaba más que con la gente de su propia clase: no salía del Club Unión. En esos tiempos, hará cosa de cincuenta años, en Medellín se sabía a ciencia cierta quién tenía plata y quién no. Bastaba con darle una ojeada al libro de ese club. Empezó a llover coca y se dislocó la situación social y económica de la ciudad. Se acabó la hegemonía de la plata con pedigrí. Gente que no era gente fue más rica que la que sí. La coca cambió nuestra historia (y no solo la nuestra), para bien y para mal. Mao apenas movió el piso del mundo cerrado de la Alma Mater, donde un puñado de estudiantes impuso un apartheid ideológico que duró cerca de diez años. Ay de los que no piensen como nosotros. Ay de los que se atengan a su propia cabeza. Pese a que China cambió el maoísmo por el pragmatismo, la locura por el cálculo (y por eso ha puesto en apuros al capitalismo occidental), Mao todavía tiene aquí fanáticos, en la ciudad y en el monte. El fundador de la China moderna no se llama Mao, sino Deng Xiaoping. Pero el último no escribió un catecismo. Nada como los catecismos para lavar el cerebro. En la Universidad de Antioquia ese lavado lo hizo El Libro Rojo. Hasta los estudiantes que no tenían que montar en bus se prendaron de la fórmula milagrosa de la revolución maoísta. Burgueses, pero lúcidos. Burgueses, pero... enemigos de la burguesía. En los círculos de la inteligencia el aura de izquierdista tiene tanto chic como una joya de la casa Cartier. Bien lo sabía el señorito que vivía entre algodones y defendía el sueño de la sociedad perfecta. Al señor Sánchez se le metió que el rico que no recibía ni visitaba a nadie era el rico heredero que en su época de universitario esperaba muy bien vestido a los ángeles rojos. Sergio Bernal, tenía que ser él. Entre los ochenta y los cien, su misma antigüedad. Allá arriba tenía que vivir el hijo de Mao que no necesitaba mostrar un carnet para entrar en el Club Unión. Sergio Bernal, sí señor: estaba usted en lo cierto. Allá arriba, en medio de un bosque prohibido, dos viejos hicieron un viaje en la Máquina del Tiempo a su estadio de estudiantes en una hermosa ciudadela que vivía de paro en paro, de revolución en revolución. Al calor del whisky fluyó la memoria. Como ya no había diferencias ideológicas entre ellos, no se repitieron los encontrones de la universidad. Una piscina de un solo carril fue testigo de esa chispeante empatía. Por el Gran Timonel, que florezcan 100 flores, que 100 escuelas de pensamiento compitan. Ja, ja, ja. Un mortal de mediana edad siempre estuvo pendiente del confort de los inmortales que chapoteaban como niños. En cuanto al cielo, el color que mejor le sienta: azul celeste. Una que otra hilacha, pero muy lejos, como por la Cochinchina.

A esa fea no se le abre la puerta

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