Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 30

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El millonario místico

Al llegar a los setenta, el señor Cadavid resolvió comprar silencio y se fue para un pueblo de clima siempre benigno que invitaba a la quietud y la contemplación. En la parte más alta, donde todavía predominaba la naturaleza, levantó su hermosa y amplia casa. Para salvaguardar el tesoro que había comprado, se hizo con los terrenos adyacentes (por unas sumas someras, las únicas, que él, como comprador, encontraba razonables). Un vecino, sea o no colombiano, entraña la posibilidad de una grave contaminación sonora. Desde hacía diez años, el señor Cadavid era un hombre solo: estaba preparado para administrar exitosamente la soledad. Ese fanático de la calma chicha sostuvo varias guerras con su nuevo hábitat. Una de las más sonadas fue la que involucró al dios de los cristianos. Pese a que lo asistió uno de los mejores abogados de Medellín, las campanas de la catedral siguieron sonando, pues los peritos que nombró el señor juez determinaron que a tantas cuadras del corazón del pueblo no llegaba ni el más tenue tilín. Desde entonces, la parte derrotada odió a Barichara, y no quiso tener tratos con ninguno de sus habitantes, salvo con los que, en puntillas, le hacían fácil la vida. Caminaba a menudo, pero solo por sus predios. Su otro pasatiempo era la lectura de dos poetas místicos persas, Rumi y Hafiz, a quienes había conocido en su época de universitario. Él asociaba esa época con su primer amor, una hermosa muchacha iraní que se movía con soltura por New York, como si allá se hubiera levantado. A Rumi y Hafiz les habría parecido milagroso que en algunas de las paredes de la casa de campo de un rico infiel, brillaran, impresos en caligrafía persa, algunos de sus versos más celebrados. El señor Cadavid decía que esos mosaicos “eran lo único de su propiedad que trataría de salvar en caso de fuego”. Se habría visto en medio de las llamas, pues no estaban colgados, sino incrustados: el fuego no le habría dado tiempo para librarlos de la pared. Esa época de misticismo terminó el día en que un especulador inmobiliario de Bucaramanga se prendó de la casa de nombre persa y los terrenos que la rodeaban. El tiburón le hizo al ex tiburón una de esas ofertas que llamamos irresistible. Dios, qué mundo de plata. Dios, que final más terrestre. Donde se susurraban palabras sufíes, se levantaría una exclusiva unidad residencial. Rumi y Hafiz se habrían mesado sus largas y descuidadas barbas.

A esa fea no se le abre la puerta

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