Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 39

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Hijo mío, te lo ordeno: no mires hacia el desierto

Para medio Alepo esa relación era anómala. Los demás pensaban que era apenas normal que ese “muchacho” no se despegara de su madre. ¿Qué habría sido de él sin ella? Ella no solo aportaba sus ojos. Madre, criada, secretaria, lazarillo… Medio Alepo pensaba que ya era hora de que ese sesentón se casara y su madre se sentara a soñar con el destino de abuela. Muchas mujeres jóvenes estaban dispuestas a casarse con el cuentista que todos, hasta sus colegas, equiparaban con Sherezada. ¿No sería como casarse con la magia y la fama? La mujer de… ¿Qué puertas no abriría esa condición?, ¿a qué experiencias de cuento no llevaría? La madre del ciego prodigioso meneaba la cabeza. Ninguna mujer como yo, ninguna…

Él, por su parte, pensaba que le convenía unirse a una “buena mujer”. Una buena mujer que no le recordara a su madre. Estaba harto del ángel que también era un ave prensora. Había días en que le decía que quería vivir solo, en una cueva del desierto, entre las palabras que allá le susurrarían los ángeles y los demonios. Hablaba de unas criaturas en las que él no creía. ¿En qué creía él?, ¿en el poder de las palabras espejo, tigre y espada? Su madre le advertía que el desierto impone la ascesis del silencio. ¿Además de ciego, mudo? Hijo mío, recuerda que el verbo ha sido tu tabla de salvación. Gracias al verbo te has mantenido en pie y has sido una luz. Las madres, tan sabidas ellas. Y cuanto más viejas, más seguras de sus tres verdades.

Para medio Alepo, la mujer de ojos rasgados que ocupó el lugar de la mujer que parecía irremplazable era una bruja. Por eso, porque tenía ojos de un mundo remoto. A los demás les pareció apenas normal que su mago predilecto hubiese caído bajo el poder de una mujer que practicaba la magia. “Tal para cual”. Bruja o no, lo cierto es que la forastera de mirada ilegible lo hizo perfectamente como madre sustituta, y, no bien quedó viuda, como médium del hombre que hechizaba a la manera de Scherezada.

A esa fea no se le abre la puerta

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