Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 35

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A la muerte no le gusta posar en traje de baño

Desde el instante en que Silvio Iriarte supo que en las afueras del pueblo vivía un Robinson, se propuso hacerle una entrevista a esa encarnación de su personaje literario favorito. No lo amedrantó nada de lo que se decía del anciano que vivía en una casa de trescientos metros cuadrados, en medio de un bosque virgen de diez cuadras, sin mascotas, sin esos seres a menudo imposibles que calificamos de queridos y sin una reencarnación de Viernes. Del señor Bernal se decía, entre otras cosas, que cada vez que se sumergía en su piscina de veinticinco metros de largo y dos y medio de ancho, se agravaba su naturaleza de monstruo. Silvio Iriarte no era periodista. Él era un inútil que de tanto se proponía una Roma insignificante. Si el monstruo de allá arriba lo recibía, bien; si no, se inventaría una entrevista entretenida, de no más de una página. Basta una página para sugerir lo esencial (en su época de universitario, los profesores diáfanos le infundían la sospecha de que ignoraban o pasaban por alto lo esencial. Los otros, cómo no, lo confundían, pero él le atribuía su confusión a los límites de su cabeza. Tenía claro que el título de intelectual siempre le iba a quedar grande). Del señor Bernal se supo algo que fue la comidilla de los útiles y los inútiles del pueblo por unos cuantos días. Él jamás se bañaba en la piscina medio olímpica que solo tenía un carril. La hizo construir para que se pensara que su cuerpo, no obstante su avanzada edad, dominaba varios estilos natatorios, cosa que pocos muchachos pueden hacer. Esa piscina era su manifiesto contra la muerte.

A esa fea no se le abre la puerta

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