Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 18

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Ella nos deja solo con tres palabras

A que no adivinas la edad de la señorita Ester. A que no. Hasta la fecha ningún médico lo ha hecho. Tiene varios achaques, y pese a que ninguno es de cuidado, vive de consultorio en consultorio, de los que sale radiante, rejuvenecida. ¡Otro que me puso muchos menos años de los que tengo! ¡Otro que cayó! La señorita Ester consulta a siete especialistas para que esos caballeros se queden sin palabras (en su rutina de paciente no hay mujeres). No puede ser. No puede ser. Ellos, atónitos, y ella, orgullosa del único hecho memorable de su vida. ¿Qué hace esa siempreviva además de durar y sorprender a los médicos?, ¿cuál es su causa? Durar, durar, durar, qué programa más absurdo. Cuál no lo es, se preguntarán algunos lectores de la edad de nuestro caso de hoy. Esos que leyeron a un filósofo francés que leyó mal a un filósofo alemán. Entonces, estaba de moda hacerse preguntas trascendentales, de esas que nos envejecen antes de tiempo. En la era del apogeo de la apariencia, las únicas preguntas que debemos hacer y hacernos son las que prescribe la filosofía de tocador. ¿Cómo me ves?, ¿cuántos años me pones? A que no adivinas, a que no. Como la señorita Ester ha enterrado a medio mundo (gente de todas las edades), ya debe pensar que la muerte la sacó de su agenda. Ya tiene una razón poderosa para vivir muerta de la risa. Un conocido mío dice que solo los artistas, los filósofos y los científicos deberían alcanzar la edad de Matusalén. Eso sí, si no dejan de ser lo que siempre han sido. Así que a la señorita Ester le debemos reprochar que no sea un Norberto Bobbio o una Rita Levi Montalcini. Hasta el fin de sus días, esos italianos fueron: tuvieron cerebro. ¿Cuántos años dices que tiene?, ¿estás seguro? No puede ser, no puede ser. Agradezcamos, entonces, que lo de esa momia no sea la política.

A esa fea no se le abre la puerta

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