Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 16

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Abuela, sucede que la vejez ya no se lleva

Nadie le decía abuela ni abuelita a Carlota Soto. No porque no tuviera nietos o porque ella detestaba que la designaran con esas detestables palabras. Porque no las inspiraba. Carlota Soto era una mujer madura que no daba la impresión de decadencia. Las mujeres no le perdonaban que no se le notaran los años y los hombres la admiraban. Tampoco se notaba que hubiese tenido tratos con el bisturí. ¿Cuál era su secreto?, ¿un gen que casi nadie hereda? Ni idea: un escritor no tiene la obligación de sabérselas todas. Eso era en otros tiempos. Pero Carlota Soto, la mujer que no se marchitaba, estaba harta de ser algo así como un mito o una institución. Su fama le imponía la obligación de mantenerse siempre delgada y de mostrarse siempre atractiva y elegante. Había perdido el derecho de decepcionar al mundo y la cámara. Tenía que dar un paso trascendental. Y la dio: cambió la capital por un pueblo del departamento de Santander, el único de Colombia que merecer ser calificado de terapéutico. En Barichara ya se habían instalado ochenta millonarios entrados en años (también puede decirse mayores adultos. Viejos, jamás). Ella fue la número ochenta y uno. Así que Carlota Soto, en realidad, se fue a vivir a un asilo de cinco estrellas, donde, hasta el fin de sus días, se esmeró por verse más joven que ochenta contemporáneos suyos que odiaban la vejez y la muerte y lamentaban que la juventud todavía no se pudiera comprar.

A esa fea no se le abre la puerta

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