Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 12

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Vida de ninivita

Debo predicar algo terrible en una ciudad que me ha dejado sin palabras. Cuanto más pienso en la orden que me dio el Señor, más confundido me siento. En mi tierra no hay una ciudad como la que ahora me deslumbra y dentro de poco va a ser destruida. Semejantes casas. Semejantes palacios. Semejantes jardines. Semejantes templos… En ninguno de los últimos se adora al dios que me ha confiado una misión de profeta. No sé por dónde empezarla, si en un atrio o en una plaza. Por dónde empezar la locura de anunciar en una lengua extranjera la destrucción de un mundo que habla tan bien de la inteligencia y la laboriosidad del hombre. Espero que aquí se apiaden de los dementes. No me gustaría morir apedreado o pasar el resto de mis días en un sótano. Ninivitas, este muchacho no sabe lo que dice. Ninivitas, ¿y esa enorme construcción?, ¿es el templo de su dios más poderoso? Tantas tabletas, tantos escritos por descifrar y leer una y otra vez. Este depósito de luz me sugiere que cambie el destino de profeta, que me queda grande, por uno que me traería un sinnúmero de complicaciones. Pero creo que la pasaría bien entre estas altas y recias paredes. Tantos escritos que a la postre me resultarán cercanos, familiares… Señor, te lo ruego: no permitas que mis ojos envejezcan.

A esa fea no se le abre la puerta

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