Читать книгу A esa fea no se le abre la puerta - Rubén Vélez - Страница 15

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El héroe y la recompensa

Nada sabemos de Jonás. No nació ni se levantó aquí. Ha hecho varios trabajos de héroe. Para el rey y sus ministros, él es una amenaza. No se explican ese heroísmo. Y es inexplicable, porque no ha pedido nada a cambio. “Alguien tendría que matarlo”, hemos oído decir en la plaza. Pero todavía no se le ha puesto precio a su cabeza. El poder debe temer que esa medida provoque una situación incontrolable. Un tumulto en la plaza o en los alrededores del palacio, algo así. Ya todo estaría patas arriba si ese forastero nos hubiera dado la orden de levantarnos. A nadie más seguiríamos. Por nadie más arriesgaríamos la cabeza. El hecho de saber que hay un héroe entre nosotros nos ha traído vida. Antes de que él llegara, pensábamos que aquí no había salida, y que no tenía sentido renunciar a la política del encogimiento de hombros. Éramos gente apagada, resignada: cadáveres. De pronto, como caído del cielo, llegó el hombre sin par, y empezaron a pasar cosas que ya dábamos por irrealizables. Alguien tuvo que llamarlo. Estamos seguros de que no fue uno de nosotros. Toda la vida nos hemos relacionado con gente común y corriente y de aquí. No nos ha quedado otra alternativa. Vivimos en un mundo inmóvil. Él debió nacer y levantarse en un mundo muy distinto. Tuvo que haberlo llamado alguien que ha tenido la oportunidad de salir y relacionarse con personas excepcionales. Gracias a un privilegiado hemos tenido el privilegio de contar con un héroe. Uno que ya habría podido usurpar el trono. Nada sabemos de Jonás, salvo que no fue llamado por uno de los nuestros. “Cuidado con los extraños”, hemos oído decir desde siempre. Sí, hay que matarlo, y no importa que ese heroísmo no sea recompensado.

A esa fea no se le abre la puerta

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