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También se plantea la cuestión de si debe creerse que de los hijos de Noé o, mejor dicho, de aquel único hombre de donde también nacieron estos mismos, se propagaron ciertas especies monstruosas de seres humanos que describe la historia de los gentiles57. Por ejemplo, se cuenta que algunos poseen un solo ojo en mitad de la frente, que otros tienen las plantas de los pies vueltas hacia la parte posterior de las piernas, que otros están dotados de los rasgos de ambos sexos: la mama derecha masculina y la izquierda femenina, y que ayuntándose entre sí engendran y paren alternativamente; que unos no tienen boca y estos viven respirando solamente por la nariz, que otros son de la estatura de un codo, a los cuales los griegos llaman pigmeos a partir de codo58; que en otros lugares las mujeres conciben con cinco años y no sobrepasan el octavo año de vida. Afirman, asimismo, que existe un pueblo donde tienen una sola pierna en los pies y no doblan la rodilla, y son de una velocidad asombrosa. A estos los llaman esciápodos, porque en verano se cubren con la sombra de sus pies tumbándose en el suelo boca arriba59. Existen algunos sin cabeza que tienen los ojos en los hombros, y otras especies de seres humanos o cuasi humanos que están representados en mosaicos en el puerto de Cartago, tomados de libros de relatos muy curiosos, por llamarlos de algún modo. ¿Qué podría decir de los cinocéfalos60, cuyas cabezas caninas y su propio ladrido delatan a bestias antes que a seres humanos? Pero no es necesario creer en todas estas clases de seres humanos que dicen que existen. En cambio, cualquier ser humano es decir, animal racional mortal61, que nace en algún lugar, por más que presente una forma del cuerpo extraña para nuestros sentidos, o un color, movimiento o sonido, o una naturaleza a causa de alguna facultad, parte o cualidad, nadie entre los fieles podría poner en duda que tiene su origen en aquel único creado en primer lugar. No obstante, se pone de manifiesto qué conserva la naturaleza en la mayoría y qué resulta digno de admiración por su propia rareza.

Por otra parte, idéntica explicación a la que se da entre nosotros acerca de los nacimientos monstruosos de seres humanos puede darse igualmente respecto a algunos pueblos monstruosos. Efectivamente, Dios mismo es el creador de todos los seres, que sabe dónde y cuándo conviene o ha sido conveniente que sea creado algún ser, conociendo de qué partes, según su semejanza o diversidad, ha de entretejer la belleza del universo en su conjunto. Pero quien no es capaz de contemplar la totalidad se disgusta ante la supuesta deformidad de la parte, puesto que ignora a qué se adecúa y con qué se relaciona. Sabemos que nacen individuos con más de cinco dedos en las manos y en los pies, y esta es una diferencia más leve que otras62. Pero que nadie, sin embargo, llegue a tal grado de ignorancia que considere que el Creador se equivocó en el número de dedos de los seres humanos, aun sin saber por qué lo hizo. Así, aunque se origine una diferencia mayor, Él, cuyas obras nadie reprueba justamente, sabe qué hizo. En Hipona-Zarito63 hay un hombre que tiene las plantas de los pies en forma de luna y en cada uno de ellos solamente dos dedos, y las manos idénticas. Si existiese un pueblo semejante, se añadiría a la historia de las curiosidades y prodigios. ¿Acaso, pues, por este motivo negaremos que ese procede de aquel único que fue creado en primer lugar? Los andróginos, a los que también denominan hermafroditos, aunque son especialmente raros, con todo resulta difícil que falten a través de los tiempos. En ellos aparecen ambos sexos, de tal manera que resulta dudoso a partir de cuál deben recibir su nombre. No obstante, ha prevalecido la costumbre de denominarlos a partir del mejor, es decir, del masculino. Pues nadie jamás los llamó andróginas o hermafroditas64. Algunos años atrás, dentro de nuestro recuerdo sin embargo, nació en oriente un hombre doble en lo que respecta a los miembros superiores y simple en los inferiores. Efectivamente, tenía dos cabezas, dos pechos, cuatro manos, pero un solo vientre y dos pies, como un solo individuo65. Y vivió tanto tiempo que su fama atraía a muchos a visitarlo. Pero ¿quién podría recordar todos los vástagos humanos tan diferentes a aquellos de quienes resulta completamente seguro que han nacido? Por consiguiente, como no puede negarse que estas diferencias tienen su origen en aquel únicamente, de igual modo ha de reconocerse que todos los pueblos de los que se dice que se han desviado de algún modo en la diversidad de sus cuerpos del curso habitual de la naturaleza, que la mayoría y prácticamente todos mantienen, si se incluyen en aquella definición por la que son animales racionales y mortales, derivan su estirpe de ese mismo único primer padre de todos, si acaso son ciertos los relatos que se transmiten sobre la diversidad de aquellas naciones y de tan gran diferencia entre ellos y nosotros. En efecto, si no supiéramos que las monas, los cercopitecos y las esfinges66 no son humanos, sino bestias, aquellos historiadores, vanagloriándose de su afán de saber, podrían hacernos creer con su impune vanidad que son razas humanas. Pero si son humanos aquellos seres sobre los cuales se han escrito aquellos relatos maravillosos, ¿qué impide que Dios quisiera también crear algunas razas semejantes, para que no creyésemos que en tales monstruos, que conviene que nazcan de seres humanos entre nosotros, erró su inteligencia, con la que modela la naturaleza humana, como la técnica de un artesano menos experto? Por tanto, no debe parecernos absurdo que, del mismo modo que en cada uno de los pueblos existen algunos seres humanos monstruosos, así en el conjunto del género humano existen algunos pueblos monstruosos. Por lo cual, para concluir esta cuestión paso a paso y con cautela, o tales seres que se han descrito de algunos pueblos no existen en absoluto, o si existen no son seres humanos; o proceden de Adán si son seres humanos.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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