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Consecuentemente, la sucesión de generaciones debe trazarse desde el propio Sem, para que ella misma muestre la ciudad de Dios después del diluvio, como antes del diluvio la mostraba la sucesión de generaciones desde aquel que fue llamado Set. Así pues, por este motivo la escritura divina, tras haber mostrado la ciudad terrena en Babilonia, es decir, en la confusión, retorna a modo de recapitulación al patriarca Sem y comienza a partir de ahí las generaciones hasta Abraham, recordando también la edad en que cada uno había engendrado al hijo que pertenecía a esta línea y cuánto había vivido. En este punto ciertamente debe reconocerse la explicación que había prometido anteriormente69, para que quede claro por qué se dijo de los hijos de Heber: El nombre de uno es Falec, porque en sus días fue dividida la tierra70. En efecto, ¿qué otra cosa debe entenderse con que la tierra fue dividida sino que lo fue por la diversidad de lenguas? Por consiguiente, omitidos los restantes hijos de Sem que no guardaban relación con este asunto, se concatenan en la sucesión de las generaciones aquellos a través de los cuales se pueda llegar hasta Abraham; así como antes del diluvio se concatenaban aquellos a través de los cuales se llegaba hasta las generaciones de Noé, que se propagaron desde aquel hijo de Adán que fue llamado Set. Por tanto, así comienza esta serie de generaciones: Y estas son las generaciones de Sem. Sem contaba cien años cuando engendró a Arfaxad, el segundo año después del diluvio. Y Sem vivió quinientos años después de que engendró a Arfaxad, y engendró hijos e hijas y murió71. Así continúa nombrando a los demás, en qué año de su vida engendró cada uno al hijo perteneciente a esta sucesión de generaciones que se dirige a Abraham y cuántos años vivió a continuación, añadiendo que engendró hijos e hijas, a fin de que comprendamos a partir de dónde pudieron crecer los pueblos, no sea que, ofuscados en los pocos hombres que se mencionan, dudemos puerilmente de dónde pudieron llenarse tan grandes espacios de tierras y de regiones a partir del linaje de Sem, especialmente a causa del imperio de los asirios, de donde el famoso Nino72, dominador de los pueblos orientales por doquier, reinó con gran prosperidad y dejó a sus sucesores un imperio extensísimo y sólidamente establecido, que había de prolongarse largo tiempo.

Pero nosotros, para no demorarnos más de lo necesario, no indicamos cuántos años vivió cada uno en esa sucesión de generaciones, sino solamente en qué año de su vida engendró al hijo que ha de ser recordado en esta línea, a fin de, por un lado, recoger el número de años desde que pasó el diluvio hasta Abraham y, por otro, tocar otras cuestiones brevemente y de pasada, aparte de aquellas en las cuales la necesidad nos obliga a demorarnos. Así pues, el segundo año después del diluvio Sem engendró a Arfaxat. Arfaxat, por su parte, a la edad de ciento treinta y cinco <años> engendró a Cainán73. Este engendró a Sala cuando tenía ciento treinta. Más adelante, también el mencionado Sala tenía los mismos años cuando engendró a Heber. Heber contaba ciento treinta y cuatro años cuando engendró a Falec, en cuyos días fue dividida la tierra. Este mismo Falec, por su parte, vivió ciento treinta y engendró a Ragau. Y Ragau ciento treinta y dos, y engendró a Seruc. Y Seruc ciento treinta, y engendró a Nacor. Y Nacor setenta y nueve, y engendró a Taré. Taré, por su parte, setenta, y engendró a Abrán, al que después Dios, tras cambiar su nombre, llamó Abraham74. Así pues, desde el diluvio hasta Abraham hacen mil setenta y dos años según la versión más divulgada, es decir, la de los setenta traductores. En los códices hebreos, en cambio, se dice que se hallan muchos menos años75, sobre los cuales, o bien no dan razón alguna, o bien muy difícil de admitir.

Por consiguiente, cuando buscamos la ciudad de Dios en aquellas setenta y dos naciones no podemos afirmar que en aquel tiempo, en el que tenían un solo labio, es decir, una sola lengua, ya entonces el género humano se había apartado del culto al Dios verdadero, de tal manera que la piedad verdadera permaneciera únicamente en estas generaciones que descienden de la estirpe de Sem a través de Arfaxat y se dirigen a Abraham. Pero de aquella soberbia de edificar la torre hasta el cielo, por la que se significa la arrogancia impía, se hizo visible la ciudad, es decir, la sociedad, de los impíos. Por ello, no resulta sencillo dilucidar si no había existido antes o había permanecido oculta, o más bien perduraron ambas, la piadosa, evidentemente, en los dos hijos de Noé, que han sido bendecidos, y en sus descendientes, pero la impía en aquel que fue maldecido y en su estirpe, donde también nació el gigante cazador contra el Señor. En efecto, tal vez, lo que ciertamente resulta más verosímil, en los hijos de aquellos dos ya entonces, antes de que Babilonia empezase a ser construida, se hallaron los despreciadores de Dios, y en los hijos de Cam los adoradores de Dios. Ha de creerse, no obstante, que no faltó nunca sobre la tierra una y otra clase de hombres. Porque además cuando se ha dicho: Todos se han descarriado, al mismo tiempo se han vuelto perniciosos, no hay quien haga el bien, no hay ni uno solo76, en uno y otro salmo, donde aparecen estas palabras, también se lee lo siguiente: ¿acaso son unos ignorantes todos los que cometen iniquidad, que devoran a mi pueblo como pan77? Por consiguiente, también existía entonces el pueblo de Dios. De ahí que aquello que se dijo: no hay quien haga el bien, no hay ni uno solo, se dijo de los hijos de los hombres, no de los hijos de Dios. Pues se dijo previamente: Dios ha mirado desde el cielo por encima de los hijos de los hombres, para ver si hay quien entienda o busque a Dios78, y después fueron añadidas aquellas palabras que ponen de manifiesto que todos los hijos de los hombres, es decir, pertenecientes a la ciudad que vive conforme al ser humano, no conforme a Dios, son réprobos.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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