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En este punto deben ser examinadas las promesas que Dios hizo a Abraham. En efecto, en estas comenzaron a hacerse más patentes los oráculos de nuestro Dios, es decir, del Dios verdadero, sobre el pueblo de los piadosos, que predijo la autoridad profética. La primera de ellas se lee así: Y dijo el Señor a Abram: sal de tu tierra, de tu familia y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré; y haré de ti un gran pueblo, te bendeciré y engrandeceré tu nombre, y serás bendecido, y bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan, y serán bendecidas en ti todas las tribus de la tierra107. En consecuencia, debe advertirse que son dos las promesas hechas a Abraham: una, evidentemente, que su descendencia iba a poseer la tierra de Canaán, lo que se señala donde se dice: a la tierra que te mostraré; y haré de ti un gran pueblo; y la otra, con mucho, más importante, no sobre la descendencia carnal, sino sobre la espiritual, en virtud de la cual es el padre no solamente del pueblo de Israel, sino de todos los pueblos que siguen las huellas de su fe, y que empezó a ser enunciada con estas palabras: y serán bendecidas en ti todas las tribus de la tierra. Piensa Eusebio que esta promesa fue realizada en el año septuagésimo quinto de la vida de Abraham, como si Abraham hubiera salido de Jarán tan pronto como le fue hecha108. Porque la escritura no puede ser rebatida donde se lee: Abraham tenía setenta y cinco años cuando salió de Jarán109. Pero si dicha promesa se le hizo aquel año, sin duda Abraham ya moraba en Jarán con su padre. Y, en efecto, no hubiera podido salir de allí si no hubiese habitado antes allí. Por consiguiente, ¿acaso ciertamente se contradice en algo a Esteban cuando dice: El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abraham cuando estaba en Mesopotamia, antes de que se estableciera en Jarán110? Más bien debe entenderse que aquel mismo año se produjeron todos los acontecimientos: la promesa de Dios antes que Abraham habitase en Jarán, su residencia en Jarán y su partida de allí, no solo porque Eusebio en las crónicas computa desde el año de esta promesa y demuestra que salió de Egipto después de cuatrocientos treinta años cuando la ley fue promulgada111 sino también porque lo menciona el apóstol Pablo112.

La ciudad de Dios. Libros XVI-XXII

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