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2. EL CARISMA

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Josemaría Escrivá fue el único testigo y receptor del hecho fundacional originario. Por este motivo, las explicaciones que dio a lo largo de su vida –de palabra, por escrito y con su ejemplo– sobre lo que acaeció en aquel momento son una pieza clave para la comprensión del Opus Dei. A la luz de estas enseñanzas, observamos que hay dos realidades presentes desde el primer momento: a) un carisma –que también podemos definir como un espíritu o un mensaje cristiano– que entrañaba una misión: proclamar la llamada universal a la santidad en el ámbito secular; y b) una institución, compuesta por personas unidas orgánicamente que tratan de hacer suyo el mensaje para, a continuación, expandirlo.

La secularidad es un elemento fundamental a la hora de entender el núcleo del carisma fundacional. Escrivá de Balaguer comprendió que Dios llama a la santidad a todos los hombres y, en concreto, a las personas seculares en la Iglesia, es decir, a los laicos y a los sacerdotes diocesanos. La explicación teológica del carisma, la concreción canónica de ese espíritu, y la vida pública y privada de los miembros del Opus Dei giran, por tanto, en torno a la secularidad. La buena inteligencia de este aspecto permite un conocimiento preciso de la Obra; en cambio, el entendimiento equivocado o confuso da lugar a malentendidos9. En este particular, es imprescindible conocer el contexto teológico y jurídico de la evolución de la secularidad en la Iglesia durante los siglos XX y XXI.

La fundación se abrió en octubre de 1928 y se cerró en junio de 1975, con la muerte de Escrivá de Balaguer. A lo largo de casi 47 años explicó que, a pesar de sus limitaciones y defectos, Dios le daba los elementos que definían y completaban el carisma originario del Opus Dei, la “idea clara general”10 del inicio. En los primeros años, por ejemplo, destacan tres sucesos en los que el fundador entendió que: en la institución que iniciaba en la Iglesia habría mujeres (14 de febrero de 1930); el trabajo es medio de santidad – identificación con Jesucristo– y de irradiación del Evangelio (7 de agosto de 1931); y el sentido de la filiación divina –saberse ser hijo de Dios– es el fundamento de la espiritualidad del Opus Dei (16 de octubre de 1931).

Durante la etapa fundacional, los rasgos carismáticos fueron de la mano de concreciones institucionales, como dos caras de la misma moneda. Este proceso estuvo en constante desarrollo, pues el fundador se sintió libre a lo largo de los años para buscar y aplicar formas con las que el mensaje de la Obra se podía abrir camino en la Iglesia y en la sociedad civil. Algunas salieron bien y quedaron como modos adecuados para expresar su espíritu; otras presentaron dificultades y fueron modificadas o abandonadas11.

De la tradición de la Iglesia –manifestaciones del ser y del vivir cristianos– adoptó terminología, formas de oración y actuación con una neta impronta secular, acorde con los laicos y los sacerdotes diocesanos. Así ocurrió con las normas y costumbres del Opus Dei, un plan de vida o programa concreto de prácticas de piedad y de ejercicio de las virtudes que el fundador había conocido en el ámbito familiar y en el del seminario. Por ejemplo, las prácticas de piedad diarias suman unas dos horas y son semejantes a las que se aconsejaban a un sacerdote secular o a un laico devoto. Incluyen un rato de oración mental, Misa y Comunión, visita al Santísimo, rezo del rosario y del ángelus, lectura del Evangelio y de un libro de carácter espiritual y exámenes de conciencia12.

Escrivá de Balaguer conoció y contactó con otros fundadores y autoridades de la Iglesia –algunos pretéritos y otros contemporáneos– que le plantearon o sugirieron formas institucionales en las que apoyarse para dar cauce al carisma. Fue el caso, en los primeros momentos, de monseñor Leopoldo Eijo Garay y de José María Bueno Monreal, que le ayudaron para que la Obra encontrara un lugar adecuado en el derecho canónico; de Pedro Poveda, que había creado academias y residencias para chicas universitarias; y de varias formas de actuación de la Acción Católica. Con frecuencia, el sacerdote aragonés valoró tanto las continuidades como las discontinuidades de esas propuestas con su mensaje. Por eso, a la vez que incorporó aportes y modos de hacer de otros, abrió su propio camino en la Iglesia.

El fundador transmitió el espíritu de la Obra sobre todo a través del encuentro personal y colectivo con las personas: predicación, reuniones informales en tertulias y dirección espiritual. También redactó en diversos documentos las facetas que componen el espíritu del Opus Dei y las formas, perennes o coyunturales, de llevarlo a la práctica. Camino es un libro decisivo para mostrar el carisma de la Obra; las instrucciones, cartas pastorales y homilías explican los elementos que configuran el carisma fundacional y el modo en el que deben hacerlo propio los fieles del Opus Dei; otros textos muestran formas de ejercicio de las virtudes y de las prácticas de piedad cristianas.

El Opus Dei. Metodología, mujeres y relatos

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