Читать книгу El Opus Dei. Metodología, mujeres y relatos - Santiago Martínez Sánchez - Страница 7
I. LA MISERIA DE LA TEORÍA Y LA HISTORIA DEL OPUS DEI
ОглавлениеEl menosprecio por la teoría ha sido una constante en la disciplina histórica, especialmente desde su refundación a mediados del siglo XIX, con la hegemonía del historicismo germánico y de la escuela metódica francesa de raíz positivista. La profesionalización de la historia de finales del siglo XIX y principios del XX, incentivó una desconfianza por la literatura y la narrativa –con la que hasta entonces había estado muy vinculada– y la alejó de las disquisiciones teóricas, fomentadas anteriormente a través de la tradicional disciplina de la filosofía de la historia.
Los fundadores de la escuela de los Annales, Lucien Febvre y Marc Bloch, empezaron a cambiar esta tendencia en la época de entreguerras, pues consideraron que la operación histórica no era una operación tan sencilla como sus predecesores historicistas y positivistas habían imaginado. El libro de Marc Bloch, Apología por la historia (publicado originariamente en 1949 y traducido al español como Introducción a la historia) constituye un magnífico manifiesto por la historia, tanto en su ámbito teórico como práctico, y un diagnóstico tan lúcido que se ha convertido en un clásico1. Febvre y Bloch fundaron, además, la revista Annales, que dio nombre a la escuela, para tener una plataforma para debatir los grandes problemas historiográficos con sus colegas internacionales2. Ellos cambiaron una tendencia, en favor de un adecuado equilibrio entre teoría y práctica, que no ha hecho más que consolidarse desde entonces, especialmente desde la publicación de Metahistoria, de Hayden White, en 19733, y con la notable divulgación de algunas revistas dedicadas específicamente a esas cuestiones –como History and Theory o Rethinking History– cuyo subtítulo es, significativamente, The Journal of Theory and Practice4.
En el siglo XXI, muchos historiadores siguen dando la espalda a la teoría, por considerarla una corrupción de la propia historia. Pero me gustaría empezar arguyendo que, en el ámbito de la historia del Opus Dei, la revalorización de la teoría es particularmente necesaria, puesto que se trata de un ámbito practicado por muchos autores que no han recibido una formación universitaria específica en estudios históricos. Con esto me refiero a dos grupos. Primero, a quienes se han acercado al Opus Dei desde la sociología (algo combinada con el periodismo), y que han tenido un influjo extraordinario en la opinión pública general5. Segundo, a aquellos que provienen de otras disciplinas, pero que, por su propia experiencia personal en la institución o por su cercanía disciplinar con la historia, se ven capacitados para realizar un análisis de algunos aspectos concretos de la historia del Opus Dei. Este segundo grupo puede incurrir, con la mejor de las intenciones, en una deriva hagiográfica voluntarista pero estéril historiográficamente, o incluso incurrir en una distorsión de la realidad histórica6.
Arguyo que un adecuado equilibrio entre teoría y práctica histórica puede contribuir decisivamente a paliar las deformaciones propiamente históricas provenientes de esos dos ámbitos. Además, este planteamiento es perfectamente compatible con la práctica histórica de la mayor calidad, porque precisamente la completa, y, sobre todo, inmuniza a la historia del Opus Dei de un autismo que, hoy por hoy, sigue siendo su mayor lastre.
La historia del Opus Dei afronta los mismos problemas que cualquier otro objeto histórico. La aproximación al pasado es una operación de una enorme complejidad, desde el acceso y la crítica a las fuentes primarias, el trabajo de selección y criba del material y, finalmente, la inscripción –sea esta en forma narrativa o documental–. Un detenido ejercicio de reflexión sobre este proceso contribuye a generar trabajos históricos de mayor calidad. Cualquiera de los historiadores que ha dejado poso en la disciplina en los dos últimos siglos ha tenido esto muy presente –y muchos de ellos nos han legado sus reflexiones, sea en forma de escritos teóricos o autobiográficos–. El ejercicio de ego-historia de Georges Duby, La historia continúa, debería formar parte de las lecturas obligatorias de los estudiantes de últimos cursos del grado7. La autobiografía de Geoff Eley, Una línea torcida, es un fascinante recorrido crítico por la historiografía de la segunda mitad del siglo XX, utilizando precisamente como base y fuente documental, los propios recuerdos de su autor8. Las memorias de Jill K. Conway, El verdadero norte, nos hacen reflexionar sobre la interacción continua que se da entre práctica histórica y experiencia vital, algo tan básico –pero extrañamente soslayado– para una escritura histórica realista9. Las reflexiones entre la teoría y la práctica por parte de Carolyn Steedman en su Landscape for a Good Woman – que, extrañamente, no ha sido traducida todavía al español– son un ejercicio impagable de análisis de la historia social, la subdisciplina practicada por esta historiadora británica10.
Todos ellos son historiadores muy reconocidos en sus campos –Duby en la historia medieval, Eley en la historia cultural, Conway en la historia de las mujeres y Steedman en la historia de las clases trabajadoras– y han sabido sacar el mayor jugo a sus propias experiencias en investigación. Por tanto, su lectura puede proporcionar muchas pistas para reflexionar sobre el propio ámbito de la historia del Opus Dei. Ellos nos muestran que la mejor práctica histórica suele estar combinada con una notable perspicacia teórica –que no es ciencia infusa–, sino que se puede ir adquiriendo con la propia reflexión y con la lectura de otros historiadores que ya han adquirido esta pasión por la teoría.
Es obvio que nuestra primera tarea es la recuperación del pasado, que es un ejercicio eminentemente práctico. Pero sin una adecuada teoría esa aproximación al pasado queda inerte, sin vida, puesto que la práctica nos acerca al pasado como la teoría nos acerca al presente. De ese adecuado equilibrio –práctica/teoría y pasado/presente– surge la historia más ejemplar y, paradójicamente, también más fiable y realista.
El equilibrio entre pasado y presente es una idea particularmente aplicable a la historia del Opus Dei. Dejando aparte, por supuesto, la necesaria tarea de edición de fuentes (lamentablemente, no siempre valorada en su justa medida por las agencias académicas de evaluación)11, una historia excesivamente pegada al documento, a su reproducción casi literal, no es suficiente ni para el nivel exigido para una publicación histórica ni para satisfacer las demandas de la sociedad. Los historiadores siempre nos encontramos en ese complejo equilibrio entre las exigencias éticas de la veracidad histórica y las demandas de la sociedad, o incluso frente nuestros propios deseos de cómo debería haber sido el pasado –nadie ha descrito mejor esta última dificultad heurística que Javier Cercas en su Soldados de Salamina12–. Pero quienes practican historia del Opus Dei deben ser conscientes de que, junto a su búsqueda de la realidad histórica, no pueden ser insensibles a las demandas de la sociedad, especialmente en un tema tan innegablemente controvertido como la historia de esta institución.
Esta inquietud se manifestará en el esfuerzo por hacer una historia más comprensible y atractiva, lo que exige una escritura de calidad y una aproximación a los temas que no cierre las puertas a la comparativa, sino que más bien la propicie. La propia historia del Opus Dei ha generado una serie de problemáticas históricas de mucha entidad, cuya exposición debería atraer a otros muchos especialistas de la historia dedicados a otros temas y problemas, como son los orígenes, desarrollo y consolidación de las instituciones religiosas; el papel de un fundador; el carisma de sus primeros miembros; la dificultad de mantener un ambiente familiar junto al crecimiento exponencial de los primeros tiempos; el análisis de las dinámicas organizaciones espirituales; la permanente tensión entre un espíritu permanente y una cultura en continua transformación con el contexto; y el equilibrio entre lo temporal y lo espiritual, por citar sólo algunos especialmente ilustrativos.
Todo ello demuestra que una adecuada proporción entre teoría y práctica puede dotar a la historia del Opus Dei de unas herramientas que la conviertan no sólo en una historia sobre un tema específico, sino también en un ámbito verdaderamente atractivo para toda la comunidad historiográfica internacional –por lo menos, aquella interesada en los aspectos religiosos y espirituales–. La práctica de la teoría permite, por un lado, vislumbrar temas que puedan tener un mayor interés histórico general, y por otro, dotar a esos mismos temas muy específicos de una aproximación global que les haga susceptibles de una visión global.
En este sentido, nada es más instructivo que la lectura de los dos libros que se han considerado tradicionalmente modélicos de la microhistoria: El queso y los gusanos, de Carlo Ginzburg –cuyo significativo subtítulo es El cosmos según un molinero del siglo XVI– y El regreso de Martin Guerre, de Natalie Z. Davis13. Se trata de narraciones históricas basadas en una pequeña historia –el análisis de la biblioteca del molinero del siglo XVI Menocchio en el primer caso y la exposición de un juicio en una perdida aldea del País Vasco francés en el caso del segundo– del que los autores saben sacar enseñanzas sobre temas históricos de alcance universal, sobre la circulación de las ideas el primero y la historia de las mujeres el segundo.
Finalmente, nuestro acceso a las fuentes primarias está mediatizado por nuestra propia subjetividad: somos autores del pasado desde nuestro presente y desde nuestra subjetividad y, por tanto, funcionamos como autores intermediarios entre el presente y el pasado. Reconocer esto, lejos de hacernos perder referencialidad, nos inclinará hacia una historia más realista, puesto que el producto histórico final está siempre a medio camino entre la realidad documental y el concurso de nuestra inteligencia e imaginación –una imaginación ciertamente histórica, tal como lo diagnosticó lúcidamente Robin G. Collingwood, pero imaginación, al fin y al cabo–14.
Termino estas ideas en torno al equilibrio entre teoría y práctica haciendo referencia a una frase que me parece que es muy relevante para estos estudios de la historia del Opus Dei, y que merece una especial atención. San Josemaría expresó en una reunión con varios miembros del Opus Dei, en 1952, que “la historia del Opus Dei habrá que escribirla de rodillas porque es historia de las misericordias de Dios”15. Esto es uno de los grandes problemas que probablemente cualquier historiador que practica historia del Opus Dei, sea miembro de esa institución o no, se plantea. Su fundador dijo “habrá que escribirla de rodillas” –por tanto, habrá que escribirla con la veneración que merece una institución de inspiración divina como el Opus Dei–, pero al mismo tiempo preservando las normas convencionales de la disciplina histórica. Esto es complejo.
Federico Requena publicó un artículo interesante, en 2017, sobre cómo compaginar la naturaleza espiritual del Opus Dei, de la que su fundador dice que es “la historia de las misericordias de Dios”, junto a una historiografía científica. Una de las claves que da Federico Requena en ese artículo es que es cierto que hay una “historia interna”16. Él utiliza este concepto para enfatizar la reverencia con la que se debe abordar este tema, pero al mismo tiempo, como cualquier otro objeto histórico, su aproximación debe responder a una serie de convencionalismos científicos propios de la disciplina que se practica. De otro modo, si enfatizasen excesivamente lo más peculiar de la institución, incluso los propios historiadores del Opus Dei que hacen su historia podrían contribuir, sin darse cuenta, a marginarla y aislarla desde un punto de vista disciplinar, académico, profesional –algo que contraviene la misma naturaleza laical de la institución– aun con la mejor de sus intenciones.
La conclusión es que el fomento de la teoría entre quienes practican historia del Opus Dei –al igual que entre los que practican cualquier otra temática histórica– es esencial para no reducirla a una histórica anecdótica sin ninguna relevancia historiográfica o a una amalgama de datos desconexos, que finalmente impiden una narración coherente, inhabilitan la asunción de algunas tesis generales, imposibilitan una historia comparativa y obstaculizan el interés por parte de historiadores que se dedican a otros objetos históricos.