Читать книгу Cocaína - Александр Скоробогатов - Страница 14
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—¿Y cómo es que tiene la cadena echada? —pregunté.
—¿Qué pasa, que no puedo?
Sacó del bolsillo una rebanada de pan con queso, mordió la mitad y, resoplando, empezó a mover la mandíbula, mientras me miraba con cara de pocos amigos. Tenía los ojos marrones, y estaban demasiado cerca el uno del otro.
—Le he preguntado que por qué echa la cadena —volví a preguntar.
—Pues así —respondió él.
—¿Qué es eso de «pues así»?
—Así como así —se echó a reír, pero se atragantó y empezó a toser, y me escupió el pan directamente a la cara.
Le dije lo siguiente:
—Ni siquiera los gatos nacen así como así.
Y repetí:
—¿Por qué ha echado la cadena en la puerta, a ver?
Y me limpié la cara con la manga, sin apartar de él mi mirada tensa.
—Pues sí que le ha dado bien al muy cabezota —dijo el otro entre toses, escupiendo una y otra vez. Resultaba curioso la cantidad de pan con queso que había conseguido meterse en la boca de un solo mordisco.
—Se lo pregunto por última vez, pedazo de basura: ¿por qué ha cerrado la puerta echando la cadena?
Él tosía y escupía, escupía y tosía. Y me miraba como hosco, como con cierto recelo oculto.
—¿Qué pasa, que el cerrojo le parece poco?
Estaba al límite de mis fuerzas. Para no caerme, tuve que apoyarme en la pared.
—Sí —me cortó él y le dio otro mordisco al pan y otra vez empezó a toser.
¿Acaso eso era una respuesta? A las personas cortas se las veía de lejos.
Él tosía.
—Voy a contar hasta tres —dije—. U-uno-o…
Él se puso a doblar los dedos sudados, similares a salchichas.
—Do-os —continué.
Dobló un segundo dedo.
—Dos y un cuarto…
Vaciló un momento y por poco no dobló un tercer dedo.
—Dos y medio.
El gordo dobló el dedo por la mitad.
—Dos y medio y un cuarto.
Su dedo ya casi rozaba la palma de la mano.
—Bueno, ¿qué? ¿Vas a empezar a hablar? No voy a seguir esperando. ¡Habla rapidito, basura! Si no lo haces… Aunque, me la suda. En realidad, he venido por otra cosa.
El gordo suspiró aliviado y se pasó la mano por la frente. Quedaba claro que se había asustado de veras.
En silencio, le tendí la bolsa envuelta con la sirga.