Читать книгу Cocaína - Александр Скоробогатов - Страница 21
Оглавление15
La habitación no tenía ningún tipo de iluminación. Me quedé parado hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad. Ahí estaba, ese que me había humillado, rebuscando agachado en la mesita junto a una cama baja. Con el clavo apuntándolo, me acerqué; la luz de la luna nublada relumbraba por momentos en la punta del clavo. El viejo, por lo visto, no lograba dar con la ficha. Resoplaba y maldecía en voz baja. Pegué el clavo a su cabeza y golpeé el martillo con fuerza. Por desgracia, el primer golpe me cayó en el dedo, pero con el segundo sí que lo alcancé bien en la cabeza.
Mi cicerone se estiró bruscamente; mientras me lanzaba un reproche mudo con la mirada, de su mano flaca, similar al cuello de una gallina, empezaron a caerse las fichas. Se contrajo y se derrumbó estrepitosamente sobre el suelo, donde, tras un ligero temblor de piernas, enseguida se quedó tieso.
—Hasta aquí hemos llegado —dije.
De escarmiento para la próxima vez.
Por cierto, ¿quién lo dijo, Tolstói o Gógol?
«No es cantar canciones, no es contar fábulas; la tarea por antonomasia del escritor es la de ser enfermero de la sociedad, preocuparse con todas sus fuerzas de su salud espiritual».
Pues ahí lo tenéis, cabrones.