Читать книгу Cocaína - Александр Скоробогатов - Страница 25

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El editor me dio tres besos. Primero en la mejilla derecha, después en la izquierda y, después de esto, otra vez en la derecha. Se rio un buen rato, mientras me sacudía la mano, y me miraba feliz, como si no pudiera dejar de mirarme.

—La he leído, la he leído —me decía con cariño—. Sí, he leído tu genial novela.

—¿Te ha gustado? —pregunté, petrificado.

—¡Y tanto! Me ha alegrado. ¡Es formidable!

—¿De verdad?

—¡Pues claro! Pero ¿qué hacemos aquí parados? Vamos a mi despacho.

Estrechando y acariciándome cariñoso la mano, me condujo escaleras arriba, a su despacho.

—Por culpa de la novela no tengo más que disgustos —dije mientras me sentaba en un sillón—. Mi mujer se ha ido.

—Sí —asintió apenado el editor—. Lo he leído.

—Los peatones se apartan de mí en la calle. Tienen miedo, me llaman asesino. La Policía ha venido dos veces, han hecho un registro… Me han interrogado. Han confiscado el martillo.

El editor meneaba la cabeza y suspiraba para expresar sus simpatías.

—¿Y el clavo?

—También me han quitado el clavo.

—Qué cosas…

El editor suspiraba afligido.

Mientras el editor suspira y hace preguntas compasivas, al autor le gustaría hacer una pequeña digresión.

A ver si esto no es extraño: la cantidad de relatos, novelas cortas y largas que se han escrito sobre marineros, deshollinadores, paracaidistas, prostitutas, vampiros, biólogos, pedófilos, la cantidad de películas sorprendentes que se han creado y la de cuadros coloridos que se han pintado sobre la vida de médicos, presidentes, masoquistas, profesores de todo tipo, catedráticos y necrófilos, y únicamente sobre editores no leerá ni un solo relato, no verá ni una sola película, no encontrará ni un solo cuadro.

Al autor esta situación le resulta profundamente injusta y ofensiva.

Ante todo, un editor es una persona inteligente. Además, si un pedófilo, por poner un ejemplo, viola a niños, el editor no viola a niños. Si un vampiro clava sus dientes largos en la piel de la garganta de su víctima y bebe sangre, el editor no clava sus dientes largos en la piel de la garganta de su víctima. Si a un masoquista le gusta que le aplasten los huevos con el pie, el editor no soporta que le pisen los huevos con un pie.

En resumen, que a todos nos ha quedado claro que un editor es una persona maravillosa.

Y ya hablando completamente en serio, el autor tiene una idea: escribir una novela excelente sobre la vida de los editores. El autor hasta tiene pensada la trama: un joven (editor, como ya habrán podido adivinar) conoce a una muchacha de belleza colosal. Pero entonces, inesperadamente, a la chica la raptan unos malvados bigotudos. El editor deja todo y se lanza a perseguirlos. Esconden a la chica en una villa, pero el editor se disfraza de bigotudo y, después de matarlos a todos con técnicas de kárate, salva a la chica. Después navegan en un yate, sonríen y miran alegres a la lejanía. Mientras, en el puerto, corre a su encuentro por las pasarelas inestables de madera la mujer del editor, llorosa y feliz, con tres niños en una bolsa de celofán bajo el brazo.

Y esta era la maravillosa trama que había urdido en los momentos libres.

Cocaína

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