Читать книгу Cocaína - Александр Скоробогатов - Страница 9
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Por la acera repleta de nieve venía en mi dirección una gata y, tras ella, alternando rápidamente las patitas débiles, avanzaban a pasitos cortos sus crías. Pequeñas, afelpadas para el invierno, lanzaban chillidos enternecedores cuando se hundían en la nieve, y entonces la gata daba la vuelta y las sacaba con los dientes de entre la nieve.
¡Lo que me faltaba!
Tenía que cambiarme de gafas sin falta, porque con estas ya empezaba a ver mal.
El caso es que no había ninguna gata, sino simplemente una rata, repulsiva, una rata de alcantarilla, peluda por el invierno, y tras ella daban pasos cortos sus crías gordas y perezosas.
Había tomado erróneamente sus chillidos por los maullidos de unos gatitos.
Aunque, a grandes rasgos, se parecían.
Y ahí está la rata arrastrándose hasta la carretera y parándose. Intranquila y perpleja, sufría por sus crías y por ella, y esto también era humanamente comprensible: ¿quién tiene ganas de palmarla?
Cuando la rata parecía estar dispuesta a darse la vuelta, le llegó una ayuda inesperada: por la escalera de una garita de cristal bajaba un policía. Arrugando el ceño para disimular que estaba conmovido, salió a la calzada y sacó su palo a rayas que se encendía cual farolillo de Navidad. La rata, tras un primer resbalón en el hielo, sacó las garras y salvó el bordillo hasta la carretera. Sus crías se tiraron detrás; toda la familia meneaba la cola. Una vez en el otro lado, la rata aguardó a que estuvieran todos y saltó a un contenedor, del que quedó colgado su cola peluda para el invierno. Y las crías subieron por ella hasta el interior del contenedor.
Y ahí estaba yo, embelesado.