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7 Los dos Cristos

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1. Cuando toda simiente haya alcanzado su perfección, dicen que su Madre Acamoth abandonará el lugar del Intermediario y entrará en el Pleroma; y recibirá allí como esposo al Salvador salido de todos los eones, para que se haga una syzygia (pareja) entre el Salvador y la Sabiduría, que es Acamoth. Son éstos “el esposo” y “la esposa”; y la cámara nupcial será el Pleroma entero.

En lo que se refiere a los espirituales, despojados de sus almas y, hechos espíritus de pura inteligencia, entrarán de manera inasible e invisible en el interior del Pleroma, para ser entregados como esposas a los ángeles que rodean al Salvador. También el Demiurgo cambiará de lugar: pasará al lugar de su Madre la Sabiduría, esto es, al lugar del Intermediario.

Las almas de los justos reposarán también en el lugar del Intermediario, porque nada psíquico podrá pasar al interior del Pleroma. Después de esto, el fuego que está oculto en el mundo brotará, se inflamará y, destruyendo toda la materia, se consumirá juntamente con ella para volver a la nada. Aseguran que el Demiurgo no ha sabido nada de esto hasta la venida del Salvador.

2. Hay quienes dicen que también el Demiurgo ha emitido a un Cristo, como a un hijo suyo, más a un Cristo psíquico como él; y es de este Cristo de quien ha hablado por medio de los profetas. Es el que ha pasado a través de María, como el agua por un caño, y aquel sobre quien, en el momento de su bautizo, descendió en forma de paloma el Salvador; que, perteneciendo al Pleroma, fue emitido por todos los eones; en él se halla también la simiente espiritual salida de Acamoth. Dicen que el Señor Jesús estaba compuesto de cuatro elementos, conservando así la figura de la fundamental y primitiva Tétrada: del elemento espiritual, procedente de Acamoth; del elemento psíquico, procedente del Demiurgo; del elemento de la “economía”, preparado con un arte indecible; y del Salvador en fin, es decir, de la paloma que descendió sobre él.

Este Salvador perseveró impasible –porque no podía sufrir, siendo inasible e invisible–; y por eso, cuando Cristo fue llevado donde Pilato, el Espíritu, que había sido depositado en él, le fue arrebatado. Más aún: dicen que no sufrió nada tampoco la simiente procedente de la Madre, porque también ella era impasible y espiritual, e invisible incluso para el Demiurgo mismo. Por lo tanto no sufrió, según ellos, más que el Cristo psíquico y aquel que fue establecido según la “economía”; este doble elemento sufrió “en el misterio”, a fin de que, a través de él, la Madre manifestara la figura del Cristo de arriba, que se tendió sobre la Cruz y formó a Acamoth con una formación según la sustancia. Porque, tal como ellos dicen, todas las cosas de aquí abajo son figuras de las cosas de arriba.18

3. Las almas, que poseían la simiente procedente de Acamoth, eran, según ellos, mejores que las demás: por eso el Demiurgo las amaba más, sin saber la razón de su superioridad, sino imaginándose que eran tales gracias a él. Y así las ponía como profetas, sacerdotes y reyes.

Cuentan que muchas palabras fueron dichas por esta simiente por boca de los profetas, porque era de una naturaleza superior. Mas afirman que la Madre ha dicho también ella un gran número de cosas de arriba; pero por medio del Demiurgo y por medio de las almas creadas por él. A causa de ello dividen las profecías diciendo que una parte de ellas procede de la Madre, otra de la simiente, y otra, en fin, del Demiurgo. Afirman también que algunas palabras de Jesús procedían del Salvador, otras de la Madre, otras en fin del Demiurgo, tal como mostraremos en el trascurso de nuestra disertación.

4. El Demiurgo, que ignoraba las realidades de arriba, quedaba muy conmovido con las palabras en cuestión, sin embargo las menospreció atribuyéndoles tanto una causa como otra; ya el espíritu profético, que tuvo también su propia conmoción, ya el hombre, ya una mezcla de elementos inferiores. Permaneció en esa ignorancia hasta la venida del Salvador. Tan pronto como llegó éste, el Demiurgo, según ellos, aprendió de él todas las cosas, y muy contento se unió a él con todo su poder. Era el centurión aquel del Evangelio, que decía al Salvador: “Tengo bajo mis órdenes soldados y siervos que hacen lo que yo les ordeno” (Mt. 8:9; Lc. 7:8).

Él realizaría la economía correspondiente a la creación del mundo, hasta el tiempo oportuno, sobre todo a causa del cuidado de la Iglesia, del que se hace cargo, y también a causa del conocimiento del premio que le está preparado, que consistirá en ser trasladado al lugar de la Madre.

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