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8 Argumentación bíblica de los gnósticos
Оглавление1. Tal es la doctrina, que ni los profetas han predicado, ni el Señor ha enseñado, ni los apóstoles han transmitido, cuyo conocimiento se jactan de haberlo recibido más excelente que todos los demás hombres.
Alegando textos que no figuran en las Escrituras y empleando, como se dice, trenzas de cuerdas hechas de arena, se esfuerzan por acomodar a sus dichos de una manera plausible tanto las parábolas del Señor como los oráculos de los profetas y las palabras de los apóstoles, a fin de que su ficción no aparezca desprovista de autoridad, trastornando la disposición y la trabazón de las Escrituras y, en cuanto depende de ellos, dislocando los miembros de la verdad.
Transfieren y trasforman y, haciendo una cosa de otra, seducen a muchos por medio del fantasma inconsistente que se forma de las palabras del Señor así acomodadas. Es como si del auténtico retrato de un rey, realizado con gran esmero por un hábil artista de piedras preciosas, alguien, para borrar los rasgos del rostro, cambiara la disposición de las piedras, de manera que hiciera aparecer la imagen torpemente dibujada de un perro o de un zorro, y declarara después que ese es el auténtico retrato del rey, creado por el artista original. Y mostrando las piedras –las mismas que el primer artista había dispuesto hábilmente para dibujar los rasgos del rey, y que el segundo vino a cambiar inadecuadamente en la imagen de un zorro–, por el brillo de ellas, llegara a engañar a los simples, es decir, a los que ignoraran los rasgos del rey, y les persuadiera de que esa detestable imagen del zorro es el auténtico retrato del rey. Así también estas gentes, después de haber unido entre sí los cuentos de viejas (1ª Ti. 4:7), arrancando de aquí y de allí textos, sentencias y parábolas, pretenden acomodar a sus fábulas las palabras de Dios. Nosotros ya hemos hecho notar los pasajes escriturarios que ellos relacionan con los acontecimientos acaecidos en el Pleroma.
2. He aquí ahora los textos, que ellos tratan de aplicar a los acontecimientos ocurridos fuera del Pleroma. El Señor, dicen ellos, vino a su Pasión “en la plenitud de los tiempos” (1 P. 1:20), para mostrar la pasión acaecida en el último de los eones y para dar a conocer por su fin, cuál fue el fin de la producción de los eones.
La niña de doce años, hija del jefe de la sinagoga, que el Señor, de pie junto a ella, rescató de entre los muertos (Lc. 8:41-42), era, según ellos, la figura de Acamoth, a la que su Cristo, clavado en la Cruz, formó y llevó para que conociera la Luz que la había abandonado. Que el Salvador ha aparecido a Acamoth, cuando se encontraba fuera del Pleroma en estado de aborto todavía, lo atestigua Pablo, según ellos, en su primera carta a los Corintios con estas palabras: “Y después de todos, como a un abortivo también se me apareció a mí” (1ª Co. 15:8). Esta venida del Salvador a Acamoth, acompañado de sus coetáneos, está manifestada igualmente por Pablo en la misma carta, donde dice: “la mujer debe llevar en la cabeza una señal de sujeción a causa de los ángeles” (1ª Co. 11:10).
Que, al acercarse el Salvador a ella, Acamoth se ha cubierto con un velo por reverencia, lo cual fue dado a conocer por Moisés, cubriéndose la cara con un velo (Éx. 34:33-35; 2ª Co. 3:13).
Dicen que el Señor ha manifestado las pasiones sufridas por Acamoth. Así, cuando dijo en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27:46), manifestó que la Sabiduría había sido abandonada por la Luz y fue impedida por el Límite para que avanzara.
Hizo conocer también la tristeza de esta misma Sabiduría, al decir: “Mi alma está llena de tristeza” (Mt. 26:38); su temor, al decir: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz” (v. 39), su angustia, de la misma manera, diciendo: “No sé qué decir” (Jn. 12:27).
3. Enseñan que el Señor ha dado a conocer a tres clases de hombres de la manera siguiente: al hombre hílico (terreno), cuando al que le decía: “Te seguiré”, le respondió: “El Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Mt. 8:19-20); al hombre psíquico cuando al que le decía: “Te seguiré, pero permíteme que me despida antes de mi familia”, le dijo: “Nadie, que ponga la mano en el arado y mire atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:61-62). Este hombre, según ellos, era del lugar Intermedio. De la misma manera aquel que confesaba haber cumplido con muchos deberes de “justicia”, pero rehusaba a continuación seguir al Salvador, vencido por unas riquezas, que le impedían llegar a ser “perfecto” (Mt. 19:16-22), pertenecía también a los psíquicos. El Señor ha señalado al hombre espiritual con estas palabras: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; pero tú ve y anuncia el reino de Dios” (Mt. 8:22; Lc. 9:60); así como con las palabras dirigidas a Zaqueo el publicano: “Baja pronto, porque conviene que hoy me hospede en tu casa” (Lc. 19:5). Estos hombres, según proclaman, pertenecen a la clase espiritual.
También la parábola de la levadura, que nos describe a una mujer ocultando la levadura en tres medidas de harina (Mt. 13:33), designa, según ellos, a las tres clases de hombres. Enseñan que la mujer es la Sabiduría; las tres medidas de harina son las tres clases de hombres: espirituales, psíquicos y terrenos; la levadura es el Salvador mismo. También Pablo habla en términos precisos de terrenos, psíquicos y espirituales.
Dice en una parte: “Cual es el terrenal, tales son los terrenales” (1ª Co. 15:48). Y en otro lugar: “El hombre psíquico (animal) no percibe las cosas que son del Espíritu” (1ª Co. 2:14). También en otra parte: “El espiritual juzga de todo” (v. 15). La frase: “El hombre psíquico no percibe las cosas que son del Espíritu” dicen que fue dicha del Demiurgo, que, siendo psíquico, no conocía a la Madre que es espiritual, ni a la simiente de ella, ni a los eones del Pleroma. Pablo afirma también que el Salvador tomó las primicias de los que iba a salvar: “Si la primicia es santa, también la masa” (Ro. 11:16). Las primicias, según ellos, son el elemento espiritual; la masa somos nosotros, es decir, la Iglesia psíquica; el Salvador ha tomado esta masa y la ha incrementado, porque él es la levadura.
4. Como Acamoth se ha extraviado fuera del Pleroma, ha sido formada por Cristo y buscada por el Salvador; dicen que esto lo ha manifestado él al decir que ha venido en busca de la oveja perdida (Mt. 18:12, 13). Refieren que la oveja perdida es su Madre, de la que pretenden que ha nacido la Iglesia de aquí abajo; el extravío de esta oveja es su estancia fuera del Pleroma, en el seno de todas las pasiones, de donde, según ellos ha salido la materia.
En cuanto a la mujer que barre su casa y encuentra el dracma es la Sabiduría de arriba, que ha perdido su Enthimesis, y que, más tarde, cuando todas las cosas hayan sido purificadas por la venida del Salvador, la volverá a encontrar: porque, según su creencia, esta Enthimesis debe ser restablecida en el interior del Pleroma. Simeón, que recibió en sus brazos a Cristo y dio gracias a Dios diciendo: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, según tu palabras” (Lc. 2:29), es, según ellos, la figura del Demiurgo, que, al llegar el Salvador, conoció su cambio de lugar y dio gracias al Abismo (Bytho).
En cuanto a Ana la profetisa, de la que dice el Evangelio que vivió siete años con su marido y perseveró viuda todo el tiempo restante, hasta el momento en que vio al Salvador (vv. 36-38), le conoció y habló de él a todo el mundo, manifiestan que simboliza claramente a Acamoth: que, habiendo visto antiguamente durante un breve momento al Salvador con sus coetáneos, permanece después todo el resto del tiempo en el lugar del Intermediario, esperando que él vuelva y la restablezca en su syzygia (pareja).
Su nombre ha sido indicado por el Salvador en esta palabra: “La sabiduría ha sido justificada por sus hijos” (Lc. 7:35). Y por Pablo en estos términos: “Entre los perfectos predicamos la Sabiduría” (1ª Co. 2:6).
De la misma manera también las parejas (syzygias), que existen dentro del Pleroma, han sido dadas a conocer claramente por Pablo con la muestra de una de ellas. Hablando del matrimonio de aquí abajo, dice: “Este misterio es grande; mas yo lo digo, de Cristo y su Iglesia” (Ef. 5:32).
5. Enseñan también que Juan, discípulo del Señor, ha dado a conocer a la primera Ogdóada. He aquí sus propias palabras: Juan, discípulo del Señor, queriendo exponer el origen de todas las cosas, es decir, la manera como el Padre ha emitido todas las cosas pone en la base a un cierto “Principio”, que es lo primero que ha sido engendrado por Dios, al que llama también “Hijo” y “Unigénito de Dios” y en el que el Padre ha emitido todas las cosas a manera de semilla. Por este principio, dice Juan, ha sido emitido el “Verbo” y, en él, la sustancia entera de los eones, que el Verbo mismo ha formado a continuación. Puesto que Juan habla de la primera génesis, con razón comienza su enseñanza por el Principio o Hijo y por el Verbo. Se expresa así: “En el Principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Él estaba en el Principio con Dios” (Jn. 1:1, 2).
Ante todo, según ellos, Juan distingue tres términos: Dios, el Principio y el Verbo; a continuación los junta. A fin de mostrar, de una parte, la emisión de cada uno de los dos términos, a saber, del Hijo y del Verbo; y, por otra, la unión que tienen entre sí al mismo tiempo que con el Padre. Porque en el Padre y viniendo del Padre está el Principio; en el Principio y viniendo del Principio está el Verbo. Por tanto se expresó perfectamente Juan cuando dijo: “En el Principio estaba el Verbo”. El Verbo, en efecto, estaba en el Hijo, “y el Verbo estaba con Dios” (vuelto a Dios), el Principio lo estaba también. “Y el Verbo era Dios”, una simple consecuencia, puesto que lo que ha nacido de Dios es Dios. “Este Verbo estaba en el Principio vuelto a Dios (con Dios)”, esta frase indica el orden de la emisión. “Todo fue hecho por Él y sin Él nada se hizo”, en efecto, para todos los eones, que han venido después de Él, el Verbo ha sido la causa de su formación y nacimiento.
Juan prosigue: “Cuanto ha sido hecho en él es Vida” (Jn. 1:4). Señala aquí una syzygia (pareja): Porque todas las cosas, dice él, han sido hechas por medio de él, mas la Vida está en él. Y lo que está en él es cosa más próxima a él que lo que ha sido hecho por medio de él: esta Vida le está unida, y da fruto gracias a él. Y añade Juan: ´”La Vida era la luz de los Hombres” (v. 4). Aquí, al decir Hombres, indica con ese nombre la Iglesia, a fin de mostrar con el empleo de un solo nombre la unión de la pareja (syzygias): Porque del Verbo y de la Vida provienen el Hombre y la Iglesia. Juan llama a la Vida “Luz de los Hombres”, porque éstos han sido iluminados por ella, o, más bien, formados y manifestados.
Esto mismo es lo que dice Pablo: “Todo lo que es manifiesto es Luz” (Ef. 5:13). Por tanto puesto que la Vida ha manifestado y engendrado al Hombre y a la Iglesia es llamada su Luz. Así, por estas palabras, ha mostrado claramente Juan, entre otras cosas, la segunda Tétrada: Verbo y Vida, Hombre e Iglesia. Mas ha indicado también la primera Tétrada. Porque, al hablar del Salvador y decir que todo lo que está fuera del Pleroma ha sido formado por él, dijo al mismo tiempo que el Salvador es el fruto de todo el Pleroma. En efecto, él llama la Luz a lo que brilla en las tinieblas y no ha sido comprendida por ellas (Jn. 1:5), porque al armonizar enteramente todos los productos de la pasión ha quedado ignorada de ellos. Juan llama también a este Salvador: Hijo, Verdad, Vida y Verbo, que se hizo carne, cuya gloria hemos visto, dice, y su gloria era cual correspondía al Unigénito, y que le había sido dada por el Padre a él, lleno de Gracia y de Verdad (v. 14).
He aquí las palabras de Juan: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y nosotros vimos su gloria, gloria cual de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). Por tanto, según los herejes, Juan ha manifestado también con exactitud la primera Tétrada: Padre y Gracia, Unigénito y Verdad.
Así es como ha hablado también de la primera Ogdóada, Madre de todos los eones: ha nombrado al Padre y a la Gracia, al Unigénito y a la Verdad, al Verbo y a la Vida, al Hombre y a la Iglesia. Así se expresa también Ptolomeo.