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La verdadera sabiduría

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3. El que algunos según su inteligencia puedan saber más o menos, no está en que puedan cambiar el mismo objeto de la fe, imaginando otro Dios distinto del artífice y creador y mantenedor del universo como si aquél no bastara; o asimismo imaginando otro Cristo, u otro Unigénito.

La prueba de la ciencia de un hombre está en averiguar el significado exacto de las parábolas relacionándolo con el contenido de la fe; en exponer la manera cómo se realizó el designio divino de la salvación de la humanidad; en mostrar que Dios fue magnánimo en la apostasía de los ángeles transgresores, así como en la desobediencia de los hombres; en hacer conocer por qué un solo y mismo Dios ha hecho los seres temporales y eternos, los celestes y terrestres; en comprender por qué ese Dios, siendo invisible, apareció a los profetas, no en una sola forma, sino a unos de una manera y a otros de otra.

Que expliquen por qué Dios ha hecho muchos pactos con la humanidad, y enseñen cuál es el carácter de cada pacto; y que investiguen por qué Dios “ha encerrado todo en la desobediencia a fin de tener misericordia de todos” (Ro. 11:32); que reconozcan con acción de gracias por qué el Verbo de Dios se hizo carne y padeció, y anuncien por qué en los últimos tiempos tendrá lugar la parusía del Hijo de Dios, es decir en el fin se manifestará el principio. Que desplieguen lo que contienen las Escrituras acerca del fin y de las cosas futuras, sin pasar por alto por qué a los gentiles desesperados los hizo Dios coherederos y participantes de un mismo cuerpo y unos mismos beneficios con los santos. Que expliquen cómo esta insignificante carne mortal será revestida de inmortalidad, y lo corruptible, de incorruptibilidad (1ª Co. 15:54). Que anuncien cómo el que no era pueblo ha venido a ser pueblo, y la que no era amada, amada, y cómo son más numerosos los hijos de la abandonada que los de la que tiene marido (Os. 2:23; Ro. 9:25; Is. 54:1; Gá. 4:27). Porque sobre estas cosas y otras semejantes exclamaba el apóstol: “¡Oh profundidad de la riqueza y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Ro. 11:33).

Por tanto no se trata de imaginar falsamente sobre el Creador y el Demiurgo a una Madre suya, o a la Madre de estas personas –o sea, a la Enthimesis de un Eón extraviado– y llegar a tan gran blasfemia, ni imaginar tampoco sobre esa Madre a un Pleroma que contenga treinta eones, o una multitud innumerable de ellos.

Así se expresan estos maestros verdaderamente desprovistos de ciencia divina, en tanto que la verdadera Iglesia universal posee una sola y misma fe en el mundo entero, tal como lo hemos dicho.

Obras escogidas de Ireneo de Lyon

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