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VIII

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Noches eternas transfiguran la vieja memoria. La juventud de una vida pasada. Arquitecta piensa en los hijos de los vecinos colindantes, en los niños adolescentes que pasarán madrugadas enteras por la ciudad, bebiendo, fumando, en esquinas insospechadas estrechando manos ajenas. Dibuja balcones conectados entre sí por barandillas infinitas, escaleras de caracol y ascensores que harán más fáciles las vueltas a casa, las resacas y las preocupaciones de los padres por los hijos que no regresan y no quieren regresar.

Ayer vi el rostro de la historia más breve del mundo. Ojos negros, abrigo de invierno. Hoy son los Goya y anoche esperaba en la misma estación de metro la llegada de la nada. Qué vacío tan amargo me regalan las despedidas. Ella se va. Él tampoco se queda. Con el tiempo he ido entendiendo que la urbe del mañana puede ser una ciudad sorprendentemente grande y una ciudad sorprendentemente pequeña. Ahora estoy en mi habitación, escribiendo estas palabras de ausencia que no sé explicar. No sabría decir por qué siento que me falta algo cuando los trenes pasan de largo y ninguno lleva mi nombre.

El lunes volveré a la universidad, a desperdiciar el tiempo. Tal vez por eso elegí estudiar aquello que no tiene futuro. Es extraño verse desde fuera después de haber tomado una copa de más. Al menos, hoy sigo sobria. El otro día despierta en mí recuerdos de vergüenza, pero sonrío con la mirada inmersa en las paredes rojas. Me sigo sonriendo aún más y los noctámbulos de la estación de autobuses me miran curiosos.

¿Cómo podría razonarles el significado de todo en un minuto?

Finjo seguir mandando mensajes por mi teléfono. Mensajes que se caen por los resquicios de la pantalla, que no serán leídos porque tener mil contactos no significa tener mil amigos. Estoy nostálgica. Todavía saboreo los restos de un buen concierto entre los labios junto a un dolor minúsculo que se vuelve agudo dentro del calor del bus nocturno que me llevará hasta allí, mi casa, mi hogar, siempre lejos de donde se halla mi corazón.

Estoy bien.

Lo repito una y otra vez en mi cabeza. No tengo derecho a estar mal. Pero hoy, con hueco, compruebo la realidad de la distancia en mis propios huesos, en las líneas de metro, no sabiendo dónde estaré el año que viene, no sabiendo expresar con un abrazo la pena que me causan las partidas que no acaban en el bar.

Ventana abierta a nadie

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