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XIV

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Arquitecta no ama a Marido. Nunca lo hizo, en verdad. Se casó por conveniencia. Su corazón se quedó prendido de otra ventana con las persianas bajadas. Vendrán parejas jóvenes que se casarán. ¿Cuántas se divorciarán?, se pregunta ella mientras perfila el nudo de una soga que se desliza por la balaustrada de una terraza. ¿Cuánto aguantarán hasta que no puedan mirarse a la cara de la vergüenza?

Estamos a solas en este cuarto en tierra firme. Entra el sol por la ventana y la cama está deshecha, pero nadie la ocupa excepto una sombra. Mi cuerpo ha decidido quedarse esperando. Observa el camino y utiliza mis ojos sobre la mano izquierda para comprobar con tristeza que nadie acude a la llamada silenciosa del eco. Vuelve a calzarse la mirada y se atusa las lágrimas en el espejo. Se ve por primera vez en este día que empieza y se analiza con curiosidad todos los detalles imperfectos que conforman su cara. Se quita la máscara y me saluda desde fuera porque sabe que vivo en una jaula. Le devuelvo una sonrisa que no me sale natural y se despide de mí hasta la próxima ocasión en la que coincida su rostro contra mi verdad.

Se peina, se limpia los párpados de legañas y se pinta los labios de un rojo sangre tan intenso que el líquido que desagua por mi nariz solo puede ser agua. No hay más opciones. Se perfuma y se viste con el uniforme habitual: ropa negra que confunde a mi propia oscuridad porque ya no sabe en qué lugar ponerse para pasar desapercibida. Yo le pido que juegue conmigo a las cartas porque estoy demasiado harta de echarle solitarios a la nada. Nadie suele venir a visitarme. Se quedan con la fachada. Sale a la calle para hacer su paseo habitual, le da un beso a su madre, acaricia las canas a su padre, que todavía está leyendo el periódico y tomando café mientras mira hacia un fondo ficticio, hacia un punto inexacto en el paisaje. Tiene cincuenta años y está en paro, quizás su mirada perdida se dirige hacia el futuro que se escapa. Las dos piernas avanzan por el descampado y dentro todo retumba. Es un día soleado y en mi cabeza no hay pensamientos.

Mi cuerpo ha quedado con alguien que no recuerdo, sé que me ha dicho su nombre, pero aquí siempre vuela el tiempo y recordar es más cansado que el olvido. Me siento voyeur de mi propia vida. Pero mi cuerpo es feliz y supongo que yo también soy feliz así, aunque no es fácil decirlo, aunque no sepa nada del otro cuerpo que nos alberga a ambos entre sus senos, aunque este espacio nuevo no sea una solución para este duelo. Para ninguno de nosotros, para nadie en concreto.

Ventana abierta a nadie

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