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XV

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Una placa conmemorativa será su firma en el edificio. Bloque de Apartamentos de Arquitecta, metro sesenta de altura, cincuenta kilos de inseguridades e ira. No habrá más rastro que el bronce de la plancha. Ella, máxima creadora de las casas, no será más que polvo en el rellano.

Nunca he querido detener el curso natural de los acontecimientos. Y he sangrado por sacrificar mi propia felicidad por garantizar la de otros. No soy el hombre del libro que no podía caminar porque no necesito a un profeta que me salve de mis errores.

Si muero, será porque tenga que ser así.

He dolido a gente que me importaba. He conseguido camuflar la oscuridad con el negro de unos ojos grandes, profundos como pozos y agujeros de gusano. Lo he perdido todo y cada derrota me ha destrozado un poco más. El dolor humano sorprende porque no tiene límites. Me han hecho daño y echo de menos el sufrimiento agradable de aquellos que solían quererme. Pero nadie quiere ya verdaderamente y ahora el amor se pierde.

El cuarto está repleto de bioluminiscencias de los que han pasado por mi vida, y en cada ventana de este último piso a ninguna parte se suicida otro nombre hacia el olvido. Los cristales pertenecen a la memoria oxidada y el corazón lo he abandonado en una nevera de un restaurante chino en el que acostumbro a comer sola. No ansío volver hacia atrás porque no tiene sentido. Considero esto una debilidad que no le hace honores al presente que se escapa entre rostros y apellidos de una lista interminable que han tejido los años del mundo sobre mí.

Me gustaría poder pensar de otro modo, pero lo único que puedo afirmar es que a veces siento que no siento nada. Entonces subo al rascacielos de la conciencia y me quedo en mi área particular de miseria en el cielo y me pierdo bajo el peso de las circunstancias.

Ventana abierta a nadie

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