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XVI

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Arquitecta queda con Capataz para tomar café. Hay un bar delante de un enorme vacío sin nombre pero con etiqueta de compra. Capataz suda. Se siente atraído por la mujer que dibuja ventanas para ver otras vidas distintas a la suya. Es un día de verano. Hace calor. Arquitecta recuerda aquella cama. Arquitecta pregunta: ¿Cómo se pueden construir paredes insonorizadas contra el ruido del sexo? Capataz duda. Se encoge de hombros. Se turba. No sabe qué decir. Arquitecta desea de nuevo aquel cuerpo. Lleva años sin sentir un orgasmo.

Las farolas se doblan por el calor condensado de una ciudad que se embadurna con el aceite de sus heridas, que arderá hasta volverse desierto al lado de un mar víctima de la sequía. Vuelves a huir y se incendian las calles mientras me pierdo en el asfalto que me retiene, te marchas, te esfumas, te diluyes con el humo de un amanecer teñido de fumarada.

Te busco entre la gente que baila como loca en su última madrugada de libertad. La rutina asusta. Te encuentro en un charco de lágrimas negras, cenizas que son rastro hasta la alcoba que ya ardió una vez pero pide de nuevo el ardor de nuestras pieles tropezadas. Hay fuego y un rayo nos rompe, se consuma algo que no debió arder pero que regresa con la fuerza de un ayer que nunca murió.

Cremación: dolor que se junta sobre nuestros cuerpos que se abrazan y se ahogan porque no hay suficiente aire en la habitación.

Nos hemos encontrado y nuestros ojos se buscan en la penumbra de una noche que no acaba. Pero hemos caído y la noche se ha hecho eterna para nuestras pieles acostumbradas al fuego. Salamandras y dragones, cada avenida está llena de escombros y desechos de una guerra convertida en fiesta. Personas que beben y se abandonan a su suerte, los cohetes estallando y provocando sordera para no oír la llegada del mañana, fuegos artificiales y noches de fuego que siguen entre nosotras a pesar de todo el papel quemado y las fotografías rotas.

Me cubro la mirada para no entender que nada de esto es real, que solo es fuego en mi memoria que cicatrizará en un recuerdo silencioso. Un abrazo de plexiglás reducido en una esquina de la ciudad que ardió. Ni tan bonito como el corazón de un soldadito de plomo, ni tan feo como una lata de cerveza arrojada en un rincón.

Ventana abierta a nadie

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