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Tendría que esperar un tiempo antes de regresar al Romeo y Julieta para no levantar sospechas. Tenía intacto el ímpetu, a pesar de mi pequeña derrota. Con el tiempo he aprendido a mantener las ilusiones por mucha desesperanza que crezca a mi lado. Tocaba trazar el plan de acercamiento a Teo a través de la pandilla de amigos. Ahí todo sería diferente. Me conocían y estimaban. No habría problemas, al menos en la fase inicial de aproximación.

La explosión de la burbuja inmobiliaria y la ruina del sector joyero en Córdoba dejaron un panorama desolador entre los antiguos camaradas de la plazuela Cañero. El paro continuado de las personas provoca la sensación de haber entrado por la puerta equivocada y salir por otra donde te regalan un collar de tristeza. En esas situaciones, no hay nada como reunirse entre amigos para paliar sus efectos.

A pesar de la calima que al mediodía golpea con dureza la ciudad en esas fechas, solían reunirse en algún banco de la plaza, bajo el refugio que da la sombra de las palmeras. De mi casa al lugar de las reuniones hay dos minutos andando. Conforme me acercaba, pude ver con más claridad a alguno de los miembros allí presentes.

—Buenas tardes, chicos. No sé cómo no os derretís —saludé al grupo.

—¡Joder, cuánto tiempo sin saber de ti! Te vendes caro, colega —expuso mi amigo José Luis, al tiempo que se levantaba para darme un abrazo.

—¿Sigues por Málaga? —preguntó el Canijo, apodo de otro de los viejos camaradas.

—Pídete unas birras para tus compañeros de equipo —me espetó Lorenzo, hermano de Teo y uno de los capitanes del equipo de fútbol siete.

—Pero si del equipo solo estás tú, canalla —le contesté.

—Así te saldrá barato, profe —replicó, al tiempo que sonreía para toda la comunidad allí reunida.

Había nuevos miembros en el clan a los que no conocía. Eran más jóvenes y descarados. Dirigiéndome a ellos, pregunté:

—¿Alguien quiere beber algo?

—Una birra —dijo Lorenzo.

—¡Otra, si puede ser! —exclamó uno de los jóvenes atrevidos que veía por primera vez.

Con un guiño y un gesto de asentimiento con la cabeza, giré y me dirigí al bar. Pasé un rato agradable. Charlamos con ira de la corrupción política reinante, para todos causa principal de la trágica situación que atravesaba el país y, en particular, de la de muchos de ellos. No dejamos títere con cabeza. A Lorenzo le hice saber que contara conmigo para el campeonato que unos días más tarde iban a jugar. Sin necesidad de preguntarle, él mismo me informó sobre Teo. Dejó entrever algún trapicheo oscuro. Le resultaba rara la cantidad de pasta manejada por su hermano para ser el simple encargado de un night club. Suponía que su novia marroquí desconocía quién era en realidad la persona de la que se había enamorado. Su lesión de rodilla le impedía jugar al fútbol, pero en ocasiones se acercaba a verlos y recordar viejos tiempos. En definitiva, nada que no supiese. Pero el paso estaba dado. Era cuestión de tiempo. Lo vería en alguno de los partidos del campeonato o en alguna de las asambleas que se montan alrededor de la plaza, como en la película Los lunes al sol.

Durante esa semana me dejé ver por las reuniones con la intención de seguir indagando sobre Teo y con la esperanza de que un día se presentara allí. No hubo suerte. No obstante, constaté que el sentir general del grupo sobre él era que se había adentrado en un terreno de minas, sin posibilidad de dar marcha atrás y esquivarlas.

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