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El sueño se me fue estabilizando a lo largo de esos días. La lectura prolongada en los tiempos de duermevela me ayudó a conseguirlo. Tomé la estrategia de pensar que todo tenía un porqué. No había nada que temer. Aprovechar las ventajas que ofrecía la excitante y nueva experiencia era lo más sensato.

La memoria dejó de manipularme los sueños por la noche y pude olvidarme de los episodios de narcolepsia diurnos.

Una de esas lecturas fue otro informe que Luis nos envió para conocer con más detalle parte del funcionamiento del entramado que Kadar Adsuar tenía establecido. También contenía información acerca de otros protagonistas cercanos a Abdel. Se trataba de la descripción de un robo cometido tiempo atrás.

La documentación, más que sorprenderme, incrementó aún más mi interés. En líneas generales, reflejaba lo siguiente:

En la primera fase de acondicionamiento, en esa en la que los aspirantes a muyahidines costeaban su preparación a través de robos, timos o cualquier otra variante para estafar dinero, Abdel conoció a Faysal Rasi y a Ezequiel Chadid. Los tres, en estrecha colaboración, cometieron diversos robos organizados por Kadar Adsuar. Este disfrutaba de una tupida red de colaboradores que le proporcionaban información sobre posibles objetivos. Él los seleccionaba, trazaba con precisión de cirujano hasta el más mínimo detalle y establecía las condiciones del reparto del botín.

Hacía más de un año del primer saqueo con constancia de la participación de Abdel. Fue en una joyería de Torremolinos.

—¡No me jodas! —exclamé para mis adentros.

Muy cerca de donde vivo, durante el curso escolar anterior hubo un saqueo muy sonado a una joyería. Para mi sorpresa, Abdel y dos compinches nuevos que entraban en escena fueron los responsables del mismo.

Recibí la caricia de una brisa de cierta culpabilidad. La tristeza secreta que los profesores sobrellevamos cuando observamos cómo se despeña un alumno me embargó. No obstante, encontré consuelo al recordar el mandato del samurái: «No existe deshonor en la espada, sino en la mano que la empuña».

Kadar poseía la información necesaria y precisa para acometer el atraco. Abdel, Faysal y Ezequiel tuvieron que desplazarse desde Córdoba hasta un descampado cerca del centro comercial Plaza Mayor, situado entre Málaga y Torremolinos. Una vez allí, cambiaron de automóvil. Su jefe y guía espiritual les había preparado un coche robado para ejecutar el plan, quemarlo al terminar y huir con el que llegaron a las inmediaciones del centro comercial. De esta forma, destruirían todas las pruebas y evitarían ser interceptados en posibles controles de carretera.

Faysal actuó de conductor. Su misión era esperar aparcado cerca de la joyería con el motor del coche encendido. Abdel y Ezequiel entraron con el rostro cubierto por un pasamontañas, una Walther de nueve milímetros y un revólver Ruger del calibre 22, respectivamente, en las manos. Sabían que se encontrarían a dos dependientas. Ezequiel tenía que vigilarlas, mientras Abdel desvalijaba todo lo que diese tiempo en cinco minutos. Esperaron el momento acordado y entraron como un rayo.

—¡Manos arriba, no queremos hacerles daño! —gritó Ezequiel.

Tras un grito, las dos chicas se quedaron paralizadas con las manos arriba. Abdel, que se había colocado a su altura, las encañonó de cerca y les ordenó que se sentaran en el centro de la tienda con las manos atrás. Obedecieron en el acto. Ezequiel las vigiló atentamente mientras, de reojo, miraba la puerta de la calle. Abdel rellenó las sacas previstas con todo lo que encontró a su alcance.

—¡Es la hora, vámonos! —indicó Ezequiel a Abdel.

—Un minuto más, fíjate en esa estantería. Son pulseras y relojes de oro.

—¡Rápido, esa estantería y nos marchamos! Ya hemos conseguido lo suficiente —contestó Ezequiel, subiendo el tono de voz.

Abdel bordeó el mostrador en dirección a la puerta. Cuando pasó a la altura de las dependientas, volvió a encañonarlas y les advirtió de que no se movieran durante quince minutos, si no querían que volviese y les metiera un tiro en su linda cabecita. Ezequiel esperaba con la puerta de la calle abierta. Los dos corrieron hacia el coche, donde les esperaba Faysal. En menos de diez minutos regresaron al descampado, donde cambiaron de vehículo, lo incendiaron y regresaron a Córdoba. Una misión rápida, limpia y fructífera.

El trabajo finalizó con la entrega de la mercancía a Kadar Adsuar. El pago por los servicios prestados podía tardar meses. Dependía de la facilidad con la que Kadar pudiera venderla en el mercado negro o enviarla a Arabia Saudí. Por lo general, no solían dar más de un golpe cada dos o tres meses. A veces, incluso tardaban seis o siete en volver a actuar.

Los intereses personales que movían a cada uno de ellos eran distintos. Abdel Samal era el más radical. A pesar de que necesitaba dinero por su precaria situación económica, el motor que le impulsaba no era otro que el de llegar a ser un guerrero de la yihad. Un lobo solitario de la estepa española. Un fanático que ve en la muerte la posibilidad de resarcirse de todo el mal que la sociedad ha ejercido contra él.

Faysal Rasi era un argelino que llegó a España en la década de los noventa huyendo de las vicisitudes económicas, sociales y políticas que padeció Argelia en aquella época. Con treinta y cuatro años, era el mayor de los tres. Desde hacía diez, gozaba del permiso de residencia en España. Era un tipo sereno, comedido en sus actuaciones. Anhelaba regresar a su país con el dinero suficiente para llevar una vida sin necesidades que le sobresaltaran. Por todo ello, actuaba con más temor que delirio y con más cautela que desasosiego. Kadar sabía de la importancia de Faysal en el grupo para templar el enardecido corazón de Abdel y añadir sentido común a las pocas luces de Ezequiel Chadid.

Ezequiel Chadid, hijo del matrimonio separado de Isabel Aguirre y del marroquí Abad Chadid, era el resultado de la desestructuración familiar. Isabel y Abad se separaron poco tiempo después de nacer Ezequiel. Su infancia y adolescencia fueron un ir y venir entre su padre, que se lo llevaba durante largos periodos a Tetuán, y su abuela materna en Córdoba. Isabel siempre fue una mujer impulsiva. Se quedó embarazada cuando apenas tenía diecinueve años e intentó ser autodidacta en el complejo mundo de la maternidad. Huelga decir que todo le fue muy difícil y sucumbió. Dejó su crianza y educación en manos de su propia madre. La abuela intentó hacerlo lo mejor que supo y pudo, pero Ezequiel era un rebelde con causa. Terminó la Educación Primaria por la imposibilidad de abandonarla a causa de la normativa vigente, pero nunca finalizó la Educación Secundaria Obligatoria. Su existencia fue un exilio al caos, donde modeló una personalidad farsante y agresiva. De no ser por su baja estatura y una musculatura débil, todos los días mandaría al hospital a uno de los que se le cruzaran en su camino.

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