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Rafa me abrió la puerta con la sonrisa serena y afectuosa de siempre. Su expresión era despreocupada, pero no podía ocultar el recelo por algo que yo desconocía.

Le conté la versión adulterada que me interesaba de lo sucedido con Sophía. Al fin y al cabo, no había testigos de mis pensamientos. El giro que acababa de dar la historia: de pensar en renunciar a mi placa de sheriff a mi inusitado interés por el complejo laberinto de puertas sin abrir que hay detrás de los deseos y de las obligaciones morales y cívicas con las que uno decide cargar. También le hice saber el pequeño contacto que había tenido con Teo Areces.

—No es gran cosa, pero los primeros pasos están dados.

—Es más de lo que crees. Ten paciencia, las prisas son malas consejeras —me advirtió.

Hay quien se planta en la vida sin hacerse preguntas, atendiendo sin pretensiones lo que encuentra a diario. No quería ser de esos. Aun así, mi amigo tenía razón.

—¿Te apetece algo de postre antes de que te cuente lo último sobre Abdel?

—Un cubata.

Mientras él preparaba los combinados de alcohol, encendí un cigarrillo y dejé volar mi imaginación entre las nubes de la mujer que empezaba a arruinarme el sosiego del corazón.

—No te imaginas lo aplicado que está Abdel en sus estudios informáticos.

—Me alegra saberlo. Es buena señal, ¿no? Quizá se haya dado cuenta de que las compañías que viene frecuentando no son las idóneas para labrarse un buen porvenir.

—Ojalá fuera así, pero me temo que los tiros no van por ahí.

Al parecer, Kadar Adsuar le habría propuesto a Abdel un cambio en su fase inicial de preparación como guerrero yihadista. Aprovechando los conocimientos que poseía acerca de sistemas informáticos y de redes sociales, debería alejarse de los actos delictivos y centrarse en la captación de futuros yihadistas a través de internet. Para Abdel, el perfeccionamiento se había convertido en el mejor modo de resistencia y en la manera más viable de acometer con éxito su venganza.

Me aturdió la idea de que Abdel pudiera ser uno de los que manejaban los hilos detrás de la tramoya de internet. Rafa percibió cierto desconcierto en mis gestos y preguntó:

—¿Te sorprende?

—En absoluto. Pensaba en las casualidades de la vida. Hace tan solo unas horas escuchaba en la radio a un experto hablar sobre lo que me cuentas.

—¿A qué te refieres?—preguntó desorientado.

—Internet ofrece las herramientas necesarias no solo para difundir la yihad, sino para captar y reclutar a nuevos terroristas.

—Continúa.

—Las organizaciones integristas, póngase por caso la de nuestro amigo Kadar, recurren a foros de acceso libre. Si detectan simpatizantes susceptibles de ser captados, les suministran las claves necesarias para entrar en plataformas privadas y de difícil seguimiento por parte de las Fuerzas de Seguridad del Estado. La red les permite propagar noticias e imágenes que ensalzan la figura del suicida. Cada organización es un mundo, pero en general suelen tener una estructura piramidal parecida. En la cúspide está el ulema o la persona respetada que se encarga de adoctrinar a los demás. La buena noticia, al menos en España, es que la Audiencia Nacional ha sentado precedente al declarar a un foro de internet como organización terrorista. Empieza a tenerse claro que estas plataformas son, hoy, el principal modo para conseguir financiar, propagar, reclutar y adoctrinar a los futuros terroristas.

—Es un tema más importante de lo que se piensa —respondió Rafa con tono dogmático.

—Y tú, ¿qué crees? —le espeté.

—Poco puedo añadir que no hayas dicho ya. Imagino que sabrás que los grupos terroristas más importantes o conocidos, como Al Qaeda, poseen incluso sus propios medios de difusión.

—Así es. Inspire es un medio de difusión en inglés que pertenece a Al Qaeda.

—No se te escapa nada. He leído una propuesta para cambiar la legislación en la Unión Europea y tipificar como delito el adoctrinamiento pasivo hacia aquellos que voluntariamente deciden entrar en este mundo y crear foros de este tipo. Me parece una fantástica idea.

—A mí también. Habrá que esperar a que se redacte la norma y ver si en ella se recogen también todas las garantías judiciales necesarias. A pesar de la gravedad del asunto, sería un error legislar de manera semejante a lo que ocurre en Guantánamo.

—Sería un paso atrás de torpeza infinita —dijo para finalizar.

Llegué a mi casa saturado del orbe yihadista. Necesitaba distancia o acabaría desquiciándome como Don Quijote. Me acosté sin libro, con la idea de montar el mecano de mi fantasía y conciliar un sueño dulce.

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