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El día después de contactar por primera vez con Teo, Rafa me puso al corriente del golpe cometido por el trío formado por Abdel Samal, Ezequiel Chadid y Faysal Rasi. Los augurios eran ciertos.

En aquella ocasión, las cosas no salieron como tenían pensado. Se trataba del robo con violencia e intimidación a una vivienda de lujo situada en una urbanización de Marbella. La urbanización tenía muy vigilado el acceso en coche y una pareja de guardas jurados circulaba las veinticuatro horas del día en busca de movimientos sospechosos. A pesar de la vigilancia, Abdel y Ezequiel no tuvieron problemas para llegar hasta el chalé y acceder a él, tal y como detalló Kadar en su plan. Faysal volvió a ser el encargado de permanecer en las afueras de la colonia con dos objetivos: mantener el coche en disposición de escapar y controlar las posibles adversidades del perímetro exterior. El asalto se perpetró de madrugada, sin la luz del día y con la inmensa mayoría de la gente durmiendo. Las posibilidades de ser descubiertos por la pareja de seguridad que custodiaba el recinto eran mínimas si seguían al pie de la letra las instrucciones. Para acceder al chalé necesitaron saltar una reja que no presentaba gran dificultad y abrir la puerta de atrás, destinada al servicio, con la llave que, de manera milagrosa, llegó a poder de Kadar. Al entrar, se colocaron los pasamontañas para no ser reconocidos y se dirigieron a la habitación donde el matrimonio, formado por un acaudalado constructor y su esposa, abogada de uno de los bufetes más reconocidos en el territorio marbellí, dormía de manera placentera.

Abdel y Ezequiel sacaron sus pistolas, les despertaron con violencia y les amenazaron con quitarles la vida si no abrían la caja fuerte y les entregaban todo el dinero y las joyas. La mujer, muerta de miedo, gritaba que por favor no le hicieran daño, que les darían todo lo que quisieran. Ezequiel, con la pistola sobre su cabeza, le recriminaba que hiciera tanto ruido. Ella no callaba. Abdel no se lo pensó: se acercó al lado de la cama donde permanecía y, sin mediar palabra, le propinó un tremendo puñetazo en la boca del estómago. El dolor punzante y la falta de oxígeno doblaron a Ana hasta hacerla caer al suelo como un púgil abatido por su adversario. Abdel se agachó, acercó su boca al oído de Ana, que se retorcía de dolor en el suelo, y le dijo mirando a su pistola:

—¡La próxima vez que grites, te callaré para siempre! ¿Entendido?

Ana, sin poder hablar por la falta de aliento, asintió con la cabeza. El marido intentó socorrerla, pero los dos cañones de la Walther de nueve milímetros de Abdel y el revólver Ruger del calibre 22 de Ezequiel le persuadieron al instante de cometer cualquier acto. Encañonado y bajo amenazas continuas de muerte, el constructor, Manuel Ángel Romera, accedió a abrir la caja fuerte, situada en la habitación contigua. Amordazaron a la mujer y la ataron a una silla cercana a la cama. Abdel introdujo en la saca preparada para la ocasión el buen botín que, entre joyas y dinero en efectivo, guardaba el acaudalado matrimonio. Repitieron la operación de atarlo y amordazarlo para que no pudiera dar la voz de alarma y se dispusieron para huir. Justo en el momento en el que atravesaban la puerta de la habitación, escucharon cómo la cancela principal de la casa se cerraba con brusquedad.

—¿No afirmó Kadar que no habría nadie más en la casa? —le recriminó vociferando Abdel a Ezequiel en un tono violento.

—¿A mí qué me cuentas? No sé nada que tú no sepas —contestó Ezequiel sin amedrentarse.

Los informes de Kadar indicaban que el personal de servicio de la casa se marchaba todos los días al finalizar su jornada; sin embargo, aquella noche, debido a que la asistenta se encontraba con algo de fiebre, decidió quedarse y recibir la visita del médico allí mismo.

Los gritos de la señora pusieron en alerta a Munda, la sirvienta. Esta se levantó, se vistió y, con mucho sigilo, corrió a intentar dar la voz de alarma a la patrulla de seguridad. Al intuir que los atracadores iban a salir de la habitación, Munda aceleró su paso y cerró tras de sí la cancela de forma violenta, provocando el ruido que Abdel y Ezequiel escucharon.

—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Nos están atracando! —gritó Munda como una posesa.

—¡Rápido, salgamos! Cuando lleguen ya estaremos en el coche —le ordenó Abdel a Ezequiel.

Corrieron en dirección contraria a la sirvienta, que salió en busca de ayuda, abrieron la puerta trasera, volvieron a saltar la valla intentando no ser vistos y huyeron al encuentro de Faysal. Estaban a punto de alcanzar el coche cuando escucharon el ruido de unos disparos al aire y gritos:

—¡Alto! Quédense quietos con las manos en alto si no quieren recibir un balazo.

Ambos estaban de espaldas a los guardas de seguridad. Era de madrugada. La poca luz procedía de una luna en retirada y algunas farolas distantes. El coche de Faysal, con el motor en marcha, se encontraba a unos diez metros; los de seguridad, a unos setenta u ochenta metros tras ellos. Abdel transportaba la saca del botín, Ezequiel tenía el revólver en su mano. Uno a otro se interrogaron con la mirada. Como si lo hubiesen estado preparando de antemano, Ezequiel se giró y empezó a disparar al espacio por donde intuía que podían estar colocados los vigilantes. Abdel corrió hacia el coche, al tiempo que le gritaba a Faysal que los cubriera con el fuego de su arma. Al percatarse de las dificultades de sus compañeros, sacó su rifle de asalto HK G36 y soltó una ráfaga de disparos intimidatorios.

—¡Acercaos si tenéis cojones! —les espetó Ezequiel Chadid.

—¡Rápido! —les vociferaba Faysal a sus colegas.

Abdel fue el primero en llegar. Arrojó la saca dentro del coche y, de un salto, se metió dentro. Ezequiel se quedó más retrasado, cubriendo la carrera de su compañero. Un intercambio de disparos entre él y los jóvenes e inexpertos guardas de seguridad puso en pie a muchos vecinos. Cuando Ezequiel estaba a punto de introducirse en el coche, sintió el dolor agudo del impacto de una bala en su hombro derecho. Cayó a plomo en la parte trasera del mismo, pero todavía con la suficiente gallardía para gritarle a Faysal que acelerara y los sacara de allí lo antes posible.

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