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Como soy poco dado a la teología, lo divino no me aclara las dudas sobre la eternidad. Soy de los que creen únicamente en los placeres terrenales. Uno de los mayores deleites a los que aspiro en la suma del tiempo que me quede por vivir es la lectura.

La tarde soñada con Sophía quedó en stand-by. En su lugar, decidí disfrutar de los relatos que Felipe Benítez Reyes publicó hacía algún tiempo. Doce relatos estructurados a lo largo de los meses que marca nuestro calendario anual. No me acuerdo del mes al que correspondía el relato que estaba leyendo cuando sonó el teléfono. Era Rafa.

—¿Dónde te escondes?

—Haciendo de España un lugar más seguro —parafraseé a Luis Lozano—. Fuera de bromas, me pillas relajado, disfrutando de la lectura.

—Tenemos que hablar de gozar unos días en la costa, al remojo de sus saladas aguas, ¿no te parece?

Desde los tiempos estudiantiles de la facultad, el grupo de amigos hemos conseguido perpetuar dos tradiciones. La primera es comer juntos dos veces al año, durante la feria de Córdoba y alguno de los días navideños. La segunda, pasar algunos días del periodo estival en algún lugar con mar. Bien es cierto que esta última cada vez somos menos los que la continuamos manteniendo. La vida conyugal de la mayoría es un hándicap difícil de sortear.

—Invítame a cenar y lo dejamos atado.

—Pedimos al chino, pagamos a medias y montamos la tertulia alrededor de la ensalada y el arroz oriental.

—A eso de las nueve estoy por tu casa.

La llamada de Rafa y el nuevo alborozo de Sophía, que no se dejaba controlar, me llevaron a dejar de leer. En su lugar puse la radio, buscando esas melodías que tanto ayudan a paliar el dolor de la vida mientras intentas darle forma al deseo y a la esperanza, al compromiso y al espíritu crítico, todo al mismo tiempo, todo en esta locura que es vivir.

Escudriñando las distintas frecuencias me encontré con un programa donde el locutor interrogaba a un experto en terrorismo yihadista. El motivo que había originado la entrevista era la noticia de dos mujeres detenidas en Melilla cuando intentaban unirse a la yihad como dos guerreras más. Ambas confesaron en la Audiencia Nacional que fueron captadas a través de Facebook y por WhatsApp.

El invitado explicaba que la yihad es la obligación doctrinal que tiene el musulmán de bregar por implantar la palabra de su dios transmitida por el profeta Mahoma. Que ese esfuerzo era tanto de carácter espiritual como material y que buscaba hacer del mundo un lugar más esperanzador. Al mismo tiempo, matizaba que el problema es la orientación que algunos musulmanes radicales hacen de los medios para alcanzar el fin. La conclusión final venía a decir algo así como que cuando se decide utilizar la violencia como obligación individual para contribuir a la liberación final de la umma es cuando aparece el yihadismo.

Mi interpretación de todo lo que acababa de escuchar es que un día unos serían víctimas de la lucidez descarnada de otros.

El programa dio paso a una sección donde animadores desde distintos puntos de la geografía española preguntaban a turistas extranjeros sobre su experiencia viajera en España. Escuchar las peculiaridades de mi país en otro idioma me calmó sin esperarlo. Todo parece menos estresante y más lejano en una lengua que no es la tuya.

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