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ОглавлениеEl martes competimos de nuevo. Por fortuna, el sofocante calor de mediados de julio dio una pequeña tregua. Pude jugar, a pesar de la sobrecarga muscular que padecía del partido anterior y de las secuelas de la paliza recibida por Sophía. Terminamos el partido. Teo seguía sin aparecer. Todos, sin excepción alguna, estábamos destrozados, aunque contentos por la victoria cosechada. Qué alegría comprobar que no era el único con problemas orgánicos tras un esfuerzo considerable. Ya en la ducha del vestuario, escuché decir:
—¿Quién se apunta a una birra en la plaza? ¡Chicos, tenemos que celebrarlo! No todos los días nos van a salir así de bien las cosas. He quedado con mi hermano para intentar convencerle de que nos patrocine una nueva equipación —habló Lorenzo Areces.
—¡Cuenta conmigo! —grité desde la ducha.
Se me presentó la oportunidad de contactar con Teo en inmejorables circunstancias. No podía desaprovecharla. Las buenas noticias son un alivio, una especie de tregua que la naturaleza proporciona para evitar colapsarnos debido a una sobrecarga de infortunio.
—¡El último en llegar paga la primera ronda!
—¡Tramposos! —volví a gritar desde la ducha.
Todos habían calculado quién sería el inocente al que le tocaría pagar la primera ronda. Siempre fui el que más se demoraba en el aseo personal. Cuando realizo cualquier práctica deportiva, no llevo más componentes de higiene que el resto de mis compañeros. Ignoro por qué tardo más que ellos. Tal vez los biorritmos individuales, tal vez la manera de entender que la limpieza de nuestro cuerpo necesita del sosiego necesario para acometerla como es debido. Sea lo que fuere, estaba claro que las primeras cervezas serían cosa mía.
Al verme llegar, Teo se levantó y, mientras me abrazaba con fuerza, dijo:
—¡Hey, tío! He oído que sigues con la misma clase de siempre. No hay central que saque el balón con tanta elegancia como lo haces tú.
—Debe de ser que me estiman bastante —exclamé con ironía, dejando entrever que me la habían jugado con la ronda de cervezas que tenía que abonar.
—¿Sigues escribiendo?
Mi aproximación a Teo no podía empezar mejor. Continuaba apreciándome y, además, se acordaba de mi afición por la escritura. El plan marchaba con viento a favor. No obstante, debía tener presente que el disimulo es una virtud para el delincuente.
—Cada vez con más entusiasmo. Publiqué el último libro hace dos años. ¿Te interesa? —dejé caer con sonrisa pícara.
—He oído que muchos escritores se suicidan. ¿Es verdad?
Me quedé de piedra. El suicidio de los escritores es un bulo conocido, pero en un matón sanguinario como él no solo era extraño, sino inaudito.
—Solo los que no venden libros. —Sonreímos.
Teo accedió a patrocinar una nueva equipación para el equipo. Luciríamos en las camisetas el eslogan: «Romeo y Julieta, su bar de copas en la mejor compañía». Resulta curioso el lenguaje de la publicidad. Para hacer el bien o el mal se necesita una determinación moral y la intención clara de ponerlos en práctica; sin embargo, la determinación moral de la jerga publicista trata de ocultar el significado lingüístico y su intención consiste en transmitirnos unas connotaciones un tanto irreales.
La reunión transcurrió de forma distendida. Me encargó tres o cuatro libros para regalarlos. Contamos, como era tónica habitual, chistes machistas. Qué pocas razones hay para decir la verdad, pero para fanfarronear son infinitas. Dialogué de casi todo con Teo. Siempre esquivó hablarme en profundidad de su trabajo, pero la conexión estaba hecha. Solo tenía que perseverar en el intento de echarme novia en el local que ahora nos apadrinaba, a pesar de que los cortejos fallidos empezaban a desgastarme.