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ОглавлениеLa huida a Córdoba se hizo eterna para los tres. Ezequiel se desvaneció como consecuencia de la pérdida de sangre. Estuvo a punto de entrar en un shock hipovolémico que le pudo costar la vida. Kadar Adsuar les tenía prohibido acudir a ningún hospital por grave que fuese la situación. Tenían que resistir y llegar lo antes posible al locutorio sin despertar sospecha alguna.
Era un tipo despiadado. No le importaba lo más mínimo la vida de sus correligionarios. No ser descubierto para poder llevar a buen puerto actividades integristas era su principal objetivo. Un tipo con el semblante serio y triste. Aunque integrado, solía mostrarse retraído. Era educado y receloso; amable, bajo una cortina de hipocresía. Una combinación explosiva de la que era mejor mantenerse alejado. El disfraz perfecto para oler la fragilidad moral de quienes se encontrasen en una dolorosa situación de sentimientos, de sensaciones y de desarraigo para enrolarlos en su particular cruzada. El miedo a entrar en la cárcel y a enfrentársele eran motivos más que suficientes para correr el riesgo de desangrarse durante el camino de regreso.
A pesar de lo inútil y lo peligroso que hay en todo acto heroico, consiguieron llegar hasta el locutorio. Kadar había improvisado un sencillo quirófano y avisado al médico camarada previsto para estas situaciones. Ordenó a Faysal llevar el coche al almacén, situado en el polígono industrial la Torrecilla. La nave era utilizada para hacer desaparecer cualquier tipo de prueba incriminatoria.
A pesar del contratiempo sufrido por la herida de Ezequiel, el atraco se consideró todo un éxito. Consiguieron un cuantioso botín entre el dinero en efectivo y las lujosas joyas del matrimonio.
—¿Crees que Kadar les habrá felicitado? —pregunté.
—Vete tú a saber. Ese cabrón es intransigente y cruel. No puede permitirse el lujo de mostrar debilidad.
—Al menos se habrán ganado unas largas vacaciones.
Rafa asintió con la cabeza, dando a entender que estaba de acuerdo con mi conclusión.
—Me cuesta trabajo entender las lealtades incondicionales de estos energúmenos.
—El primitivismo prevalece por encima del sentido común y de la lógica. Saben que están siendo engañados, pero su fanatismo les impide aceptar los hechos.
—Fin de la conversación —atajé—. No me apetece alterarme más antes de irme a la cama.